lunes, 13 de junio de 2011

LA VOZ DEL PATRIARCA

PRESENCIA Y RECUERDO

Epitafio para un caballero

por Mario Vargas Llosa

Fernando Belaunde Terry (1912-2002), que fue presidente del Perú en dos ocasiones (1963-1968 y 1980-1985), pertenecía a una dinastía de políticos latinoamericanos que, aunque minoritaria, esporádica y ensombrecida por la abrumadora presencia de los caudillos autoritarios y los jerarcas demagogos y ladrones, existió siempre como alternativa a la ominosa tradición de los regímenes dictatoriales y los mandatarios irresponsables y corruptos: la de civiles idealistas y patriotas, genuinamente democráticos, honestos a carta cabal y convencidos de que con buenas ideas y la palabra persuasiva un gobernante podía resolver todos los problemas y traer prosperidad y progreso a su país.

Cuando entró en la política profesional, a mediados de los años 50, a finales de la dictadura de Manuel Odría, era un profesor de arquitectura que había estudiado y conocía el Perú con una pasión de enamorado y que admiraba a Franklin D. Roosevelt y el New Deal, sus modelos políticos. Las imágenes del mandatario estadounidense, pronunciando aquellas peroratas radiofónicas que devolvieron la confianza a una nación en crisis, y de su gobierno, que mediante un intenso programa de obras públicas reanimaba la economía y lideraba el crecimiento económico de los Estados Unidos luego de la Gran Depresión, guiaron siempre su conducta cuando estuvo al frente del gobierno. Fue leal a ellas incluso contra los desmentidos que le dio a veces la realidad. Por eso siempre desconfió de las ideas liberales en lo económico ("Sobre mi tumba no se escribirá: Aquí yace un presidente que alcanzó la salud económica", le oí bromear alguna vez) como las relativas a un mercado libre y a un Estado no intervencionista, pero fue liberal de manera cabal y extraordinaria en lo que el liberalismo tiene de adhesión a la democracia política, de tolerancia con la crítica, de respeto al adversario y de amor a la libertad.

Durante su primer gobierno, cuando él y su partido, Acción Popular, encarnaban una fuerza genuinamente progresista, que había roto el monopolio del aprismo como fuerza política con arraigo popular, su programa de reformas hubiera sacado al Perú de las cavernas -puesto fin al latifundismo, reforzado las instituciones de la sociedad civil, descentralizado la administración y la economía, tecnificado la burocracia-, pero sus adversarios políticos, el APRA y el odriismo, aliados, que dominaban el Congreso, sabotearon todas estas iniciativas e hicieron una oposición cainita y suicida cuya secuela fue, naturalmente, un golpe militar.

En aquella época, un sector muy amplio de la opinión pública y buena parte de sus colaboradores más cercanos lo exhortaron a cerrar ese Parlamento cerril para hacer posibles las indispensables reformas. Belaúnde resistió todas las presiones, alegando que el respeto de las formas -de las leyes- era la esencia misma de la democracia, para él algo inseparable de la civilización. En 1968, con el asalto al poder de la camarilla militar presidida por el general Juan Velasco Alvarado, el Perú entró en un proceso de nacionalizaciones y degeneración institucional que lo empobrecieron, enconaron y atrasaron de una manera tan profunda, que hasta ahora ningún gobierno ha conseguido revertirlo.

Después del naufragio autoritario

Cuando, después de doce años de dictadura militar los peruanos, en 1980, pudieron votar de nuevo, volvieron a llevar a la presidencia a Belaúnde Terry. Por no provocar nuevas divisiones y antagonismos en una sociedad que aún lamía las heridas de ese largo naufragio autoritario, Belaúnde no corrigió las insensatas medidas estatizantes y colectivistas con las que la dictadura militar había destruido la agricultura, buena parte de la industria, y envilecido de raíz la vida económica peruana. Fue, desde mi punto de vista, un gravísimo error. Pero, adoptado por una razón superior. Para él, la prioridad debía ser apuntalar la renaciente y frágil democracia, y evitar por tanto reformas de carácter traumático, que provocaran inestabilidad y pusieran en peligro la libertad y la legalidad recién recobradas.

Fue en esa época cuando yo comencé a tratarlo, aunque ya lo había visto alguna vez durante sus años de exilio, que pasó ganándose la vida como profesor universitario en los Estados Unidos. Empeñado en que yo hiciese política (pedírmelo era en su caso una gran muestra de aprecio, porque la política era para él el quehacer noble y patriótico por excelencia), me citó varias veces a Palacio y tuvimos largas conversaciones, algunas muy personales, que nunca he olvidado. Siempre recordaré la lucidez con que avizoraba el turbulento futuro del Perú, y, también, la angustia, que se esforzaba por no dejar translucir, por la impotencia en que se encontraba para impedirlo. Sus predicciones se cumplieron al pie de la letra. Más tarde, cuando fuimos aliados en el Frente Democrático Nacional, siempre mostró hacia mi candidatura una generosidad sin límites, pese a que algunas de mis ideas no eran las suyas. Discutimos muchas veces, pero, incluso en los momentos de mayores discrepancias, era imposible perderle el respeto, y casi inevitable manifestarle una cierta admiración, por la destreza con que dominaba el arte de la política, y la elegancia con que guardaba siempre las formas y sabía expresarse aun en lo más fogoso de la discusión.

Ya la oratoria no es un valor en la vida política. Hoy, los políticos son por lo general marionetas a las que los creadores de imágenes, expertos en publicidad y asesores programan y manipulan de acuerdo con técnicas perfectamente funcionales. Para Belaúnde la palabra, la voz, el gesto, la comunicación viva y directa con un público -desde una tribuna antes que desde un estudio televisivo- eran el instrumento primordial de la vida política. Como era un hombre de buenas lecturas y un gran don de gentes, tenía un repertorio riquísimo de ideas, de citas y de imágenes, que comparecían en sus espléndidos discursos para fijar la atención y a menudo conmover y hechizar a su público. La limpieza y desenvoltura con que manejaba el español tenían que ver con su buena formación intelectual, pero también con su limpia factura moral. Porque, increíblemente, a pesar de las desilusiones y agravios que recibió, nunca perdió el optimismo ni esas saludables dosis de buena entraña y buen humor que traslucían todas sus intervenciones públicas.

Cualidades morales

Decir de él que no robó nunca, a pesar de haber estado cerca de diez años en el poder es decir mucho, en un país donde en los últimos veinte años el saqueo de la riqueza nacional y la cleptocracia gubernamental han sido prácticas generalizadas, pero es todavía decir muy poco de las cualidades morales que lo adornaron, porque ser honrado era para Belaúnde Terry algo tan espontáneo y natural como ser demócrata, antiautoritario y amante de la libertad. Era también, en lo personal, ingenioso, divertido, un gran contador de anécdotas, aunque guardando siempre una distancia con el interlocutor, aun el más próximo, lo que rodeaba su personalidad de cierto enigma.

Durante los diez años de oprobio de Fujimori y Vladimiro Montesinos, cuando tantos peruanos que habían parecido hasta entonces dignos y respetables, en el campo político, profesional y empresarial, se prostituían de la manera más inmunda, vendiéndose por cargos públicos, prebendas y negociados, o, pura y simplemente, a cambio de maletas llenas de dólares, la conducta de Belaúnde Terry fue ejemplar y, en algún momento, solitaria. Jamás hizo la menor concesión, ni en una sola oportunidad dejó de mostrar su rechazo y condena de un régimen al que millones de sus compatriotas, por unos supuestos logros económicos (que luego resultaron puro espejismo), perdonaban los crímenes, los fraudes electorales y el pillaje más frenético. En esos años Belaúnde nunca dejó de recordar aquella norma con la que fue consecuente a lo largo de toda su trayectoria cívica: en ningún caso, por ninguna razón, es aceptable la destrucción del orden constitucional, porque no hay progreso ni desarrollo reales cuando un poder arbitrario reemplaza la legalidad y la libertad.

¿Qué herencia política deja Fernando Belaúnde Terry? Aunque hay entre sus seguidores personas valiosas, yo dudo de que Acción Popular sobreviva, a menos que se renueve de raíz. Porque era un partido que reflejaba íntimamente la idiosincrasia y la persona de su fundador, una formación a la antigua usanza, nacida y estructurada en torno a una figura de gran seducción y carisma antes que a un programa o a una ideología, es decir, una institución que va siendo ya muy anacrónica en nuestros días, en que la política es cada vez más una tarea de equipos y de cuadros y de técnicas y cada vez menos de líderes y caudillos (aun en la mejor acepción cívica de esta palabra).

Su desaparición ha provocado una extraordinaria manifestación de pesar y de cariño en el Perú, una de las más multitudinarias y genuinas que hayan tenido lugar en muchas décadas. Es algo muy merecido, desde luego. Mucho me temo que lo que hemos despedido con él los peruanos en estos días melancólicos no vuelva a comparecer ya en nuestra vida política, la que, como en el resto del mundo, será cada vez más en el futuro un quehacer de gentes terriblemente pragmáticas y frías, calculadoras y de escasos escrúpulos, donde no habrá ya sitio para esos otros anacronismos que él también encarnó: la caballerosidad, las buenas maneras, el idealismo, el patriotismo, la elegancia.

Publicado en Diario El País, 12 de junio de 2002.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2002. © Mario Vargas Llosa, 2002.

miércoles, 1 de junio de 2011

LA VOZ DEL PATRIARCA

PRESENCIA Y RECUERDO

Fernando Belaunde:

"Ahora comprendo que mi tarea ya se ha cumplido"

El arquitecto Fernando Belaunde Terry, dos veces presidente del Perú, hoy de 89 años, conversó con Cecilia Valenzuela rodeado por sus recuerdos, fotografías, mapas tantas veces revisados, libros y máquinas de escribir; rememoró algunas de sus anécdotas y habló de la falta que le hace Violeta y de su deseo de encontrarse ya con ella.

Entrevista Cecilia Valenzuela / agenciaperu.com

¿Usted desde cuándo conoce al presidente Toledo?

Vea usted, yo fui desterrado y al año siguiente lo encontré en la universidad de San Francisco.

¿Él se le acercó? Era un estudiante, muy joven.

Sí, era un muchacho joven. Me pidió una recomendación y yo hice una gestión que salió bien y él entró a la Universidad de California. Sé que hizo buenos estudios.

Entonces usted le recomendó y le dio una carta de presentación. ¿Fue la última vez que lo vio o mantuvo alguna relación con él?

Sí lo recomendé y de ahí lo volví a ver alguna que otra vez.

En las calles la gente comenta algo... es un rumor muy grande. Se dice que Toledo no llega a los dos años; que el gobierno se cae o que Toledo se tiene que ir.

Eso es peligroso, muy peligroso.

¿Realmente los rumores son tan peligrosos en la política?

Sí, y por eso estoy tan preocupado.

Tanto sus partidarios, como sus adversarios, concuerdan en que a pesar de que usted fue presidente dos veces, nunca robó. Este, entre otros méritos, probablemente sea el que le ha ganado el respeto del pueblo peruano. ¿Por qué cree que los políticos ahora están tan asociados a la corrupción?

Bueno, yo pienso que hay buenos y malos momentos. También creo que hay una causa general y que la causa peruana es buena. En política hay muchos ejemplos magníficos, no voy a hacer un resumen ahora, pero es lo natural. Claro que cuando vienen dictaduras todo se corrompe, las amistades vienen corrompidas, interesadas.

¿Usted diría que la corrupción en el Perú ha sido producto de la cantidad de dictaduras, de la frecuencia de movimientos dictatoriales que hemos sufrido?

Sí, fundamentalmente. Porque, mire usted, hemos tenido dictadores que, en el fondo, no incurrían en una corrupción directamente. Por ejemplo, Leguía era un hombre muy fino y que había viajado mucho. Le gustaba la cosa ostentosa.

¿Y el poder?

Y el poder. En otros casos, ha habido presidentes muy desordenados en sus costumbres y también, y muy frecuentemente, ha habido mucha ostentación.

ESCAPE DE EL FRONTÓN

Usted estuvo preso en algún momento de su vida política y huyó de la prisión. ¿Cómo fue eso?

Eso ocurrió hace mucho tiempo, seguramente usted no había nacido aún. Yo me sentí muy bien en El Frontón porque en realidad era una afrenta al pueblo, a pesar de que yo había sido candidato y con buena votación.

¿Quién lo mando al Frontón?

Era el gobierno de Prado. No sé quién estaría detrás de eso, pero fue un error. Entonces yo me sentí fortificado. Llegue a la Escuela Naval y me encontré con un lugar que no era adecuado para un preso político. Entonces el oficial de la Escuela Naval dio ordenes para acomodarme un poco mejor. Estaba indignado. Yo no sabía quién era. Luego supe que era Du Bois, quien después ha sido mi edecán y luego mi ministro. El estuvo indignado con este uso de un territorio académico de las Fuerzas Armadas. Me pasaron entonces a una gran falúa (embarcación destinada al uso de los jefes de marina), de esas que llevan una gran tripulación a los barcos y me dio su uniforme. Entonces me dije a mí mismo "esto me puede ser muy útil". A Du Bois no lo conocía pero desde ahí siempre lo vi con mucho agrado y mucha gratitud.

¿Y el uniforme era de su talla?

Yo no me fije en la talla, sino en el valor. El gesto fue lo bonito: estar en la escuela y tener un respaldo moral ahí en la institución, espontáneamente. Bueno, llegamos al penal a oscuras pues era cosa de medianoche y ahí me encontré con el director de prisiones, que después me aclaró que él no sabía nada. A él le habían dicho "vas a recibir un paquete en la Escuela Naval" y el paquete era yo. Desde entonces hemos sido muy amigos e incluso ha sido mi alcalde en Barranco. Con él, el doctor Lertora, hemos hablado mucho de este asunto.

¿Cuánto tiempo estuvo usted preso?

Estuve alrededor de doce días. Luego vino la cuestión de la fuga y yo me tiré al mar.

¿Usted se tiró al mar desde una embarcación?

No, desde el muelle en costa. La embarcación que me iba a recoger vino con un adelanto de una hora. La traía mi muy querido amigo Miguel Dammert, un hombre querido, pero muy alemán y a veces lo alemán lo hacia proceder en forma inconsulta. Por ejemplo me dijo: "¡Oye, no puede ser!". "Cómo no puede ser?, Ya estoy acá ¡tírame la escala para poder subir, estoy muerto de frío!" "No, ya hemos hablado en el partido y no es posible." El había llegado de la Argentina un día antes y ya estaba decidiendo todo y yo muerto de frío dentro del agua. Entonces estuve tentado a tirarlo al mar. Pero era un hombre muy simpático; nos peleamos, pero a los cinco minutos ya nos amistamos.

Pero pelearon por la tensión del momento, porque él estaba yendo a rescatarlo.

Sí, pero había ido una hora antes con el propósito de disuadirme.

¿Y por qué no quería que fugara?

Seguramente porque había gente que pensaba que era había mucho riesgo.

ADELANTE

En esos años usted estuvo apoyando al presidente Bustamante y Rivero.

Yo había sido diputado por el Frente Democrático Nacional.

¿El APRA formaba parte de ese Frente Democrático?

Sí. Luego hubo problemas y desavenencias de varios grupos. Eso determinó la caída del presidente Bustamante y Rivero.

En esa época el APRA estaba más hacia la izquierda. ¿Usted diría que en su juventud estuvo más cerca de la izquierda que de la derecha?

No, porque ya entonces pensaba que hay quienes quieren ir a la derecha o a la izquierda, pero yo siempre digo ¡adelante!, que está al centro. Es la verdad, yo siempre he creído que no hay que ir al extremo, sino a la acción

Luego han pasado muchas cosas en su vida política. Usted conoció el sabor de la traición la madrugada del 3 de octubre del año 68. ¿Qué detalles recuerda de esa madrugada?

Lo que recuerdo bien, pero no pensaba que el general Juan Velasco fuera a actuar. Entonces mi reacción fue pues muy dura.

A usted lo llevaron a la blindada.

Me llevaron, sí.

¿Usted enfrentó a los generales?

¡Naturalmente!

¿Qué les dijo?

Bueno, muchas cosas. Además mis discursos están publicados. Creyeron que me iban a amilanar con decir barbaridades y no. Ellos oyeron barbaridades.

LA VITALIDAD Y VIOLETA

Presidente está usted bordeando ya los 90 años ¿verdad?

Sí, estoy exactamente en los 89 años.

¿Qué guarda, qué conserva del niño travieso que los profesores del Liceo de París jalaban en conducta?

Yo fui muy feliz en la juventud. Fui un colegial un poco travieso, esencialmente travieso, en Francia.

¿Un poco?

Bueno regular. Pero cuando pasé a los Estados Unidos me convertí en un estudiante cien por cien dedicado al trabajo.

Pero era muy vital. ¿Siempre fue muy vital?

Sí, bastante

Hace poco ha tenido que enfrentar la muerte de su esposa, Violeta Correa. ¿Ella era el amor de su vida?

Así es. Claro, mi vida es larga. No puedo restringirla a cuarenta años, pero ella significó mucho para mí. Primera la coincidencia completa. Ella era una persona quince años menor que yo, pero se acostumbró muy bien. Era muy fácil entenderse con ella porque tenía mucho de esa viveza criolla y no entraba a cuestiones conflictivas, pero dejaba una cosa dicha. Yo siempre tuve la mayor armonía con ella.

Usted le puso un epitafio infinito. "Espérame" le dijo. Eso es algo realmente conmovedor.

En realidad son pocos meses. Son apenas cuatro meses desde que falleció pero yo me siento con el deseo ya de irme. Claro que comprendo que hay gente que me quiere, y mucho, tengo a mis hijos, a mis hermanos, en fin a toda la familia; pero yo ya terminé mi tarea en la vida. Pero si me dan una yapa de vida, lo haré lo mejor que pueda.

¿Le gusta la vida?

Me gustó sí en un momento dado. Pero ahora comprendo que mi tarea ya se ha cumplido.

¿Eso es porque Violeta no está?

Me hace falta. Me hace mucha falta y yo era un hombre de casa y aquí pasaba todo el día; tengo mi oficina en el tercer piso y ella colaboraba mucho conmigo. Ella no subía mucho porque tenía problemas con las escaleras, pero siempre me enviaba algún mensaje, breve y en forma muy irónica

Le gustaba jugar, era bromista y tenía mucho sentido del humor. Compartían el sentido del humor. ¿Es un hombre muy particular frente al humor.

Generalmente estábamos en broma. Todos los años que he estado con ella han sido en el fondo de broma

Ella era una gran amiga, además.

Además.

¿Usted cree que compartió con Violeta su pasión por el país?

Teníamos una misión muy parecida.

Usted era uno de los pocos peruanos que recorría el Perú a lomo de bestia.

Así es.

¿Qué sintió al recorrer el Perú?

Una gran identidad. He llegado a caballo a muchos sitios y a pie a otros. Porque salíamos a hacer política durante todo un gobierno adverso. En esas épocas no esperamos hasta el último mes para hacer campaña, la hacíamos todo el tiempo y esto me hizo conocer mucho al país. Ahora ella siempre estuvo lista para acompañarnos.

¿Ella vibraba de la misma forma que usted?

En la misma forma. Pero no con tanta frecuencia, porque ella tenía cosas que hacer aquí. Ella siempre fue una mujer muy activa.

¿Este libro, que acaban de publicar sobre su esposa, usted lo ha corregido, lo ha revisado?

Mucho. Lo he revisado y le he puesto una pequeña dedicatoria para usted. Le ruego que disculpe mi caligrafía. Aquí dice "para Cecilia Valenzuela, con nuestro cálido recuerdo de aquí, y de arriba".

Publicado en agenciaperu.com, 5 de noviembre de 2001.

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