lunes, 4 de mayo de 2009

LA VOZ DEL PATRIARCA

PRESENCIA Y RECUERDO

FERNANDO BELAUNDE TERRY

Las Malvinas. Tres veces torpedearon la paz

Oiga 27/10/1986

El primer intento de pacificación de Fernando Belaunde Terry para acabar con la Guerra de las Malvinas estuvo a punto de resolver el conflicto. La propuesta de FBT había sido ya aceptada por escrito por Gran Bretaña, con la mediación de Alexander Haig. El Embajador británico en Lima, Wallace, le había entregado el documento a Belaúnde. Pero ese mismo día Margaret Thatcher ordenó el hundimiento del “Belgrano” y todo se frustró. Luego de este hecho Galtieri retiró su aceptación.

UN capítulo importante de las memorias que escribirá el ex-presidente Fernando Belaúnde Terry será, sin duda, el de su importante gestión pacificadora en la guerra de las Malvinas. Tres veces, en otros tantos momentos de la conflagración, intervino Belaúnde para tratar de evitar la escalada bélica y buscar una paz negociada. La primera, estuvo a punto de concertar la paz: FBT tenía ya en su poder la aceptación escrita de los británicos a la propuesta de arreglo que él presenta, con la intervención del mediador norteamericano Alexander Haig y la anuencia argentina. Pero el hundimiento malicioso del “Belgrano” planeado por los halcones británicos y ordenado por la misma Margaret Thatcher, frustró la paz.

El segundo intento de Belaúnde se produjo cuando los argentinos hundieron el “Sheffield” y abrió nuevas aunque más leves esperanzas de arreglo, que lamentablemente no llegaron a concretarse. El Presidente peruano no cejó en su empeño y hasta el final, en las vísperas de la batalla decisiva de Puerto Argentino, que terminó con la victoria británica y de sus mercenarios los feroces "gurkas", intentó librar al país hermano de una derrota vergonzosa y del inexorable holocausto de cientos de jóvenes abandonados a su suerte, en notoria inferioridad tecnológica y con una preparación militar que dista muchísimo del profesionalismo de sus adversarios.

Con Fernando Belaúnde, en la intimidad de su hogar de San Isidro, hablamos acerca de esa experiencia, entre otros temas, que incluyeron por cierto los asuntos políticos de la actualidad peruana.

Todo comenzó la madrugada del 2 de abril

La vieja, persistente reclamación argentina sobre las islas Malvinas, llamadas por los ocupantes británicos Falkland, pasó de la vía diplomática al terreno de los hechos la madrugada del 2 de abril de 1982. Los estrategas argentinos pensaron -craso error- que dando un golpe de mano y recuperando las islas sentarían luego con ventaja a Gran Bretaña en la mesa de negociaciones, con intervención de organismos internacionales (ONU, OEA) y países amigos. La lejanía de las islas de Inglaterra jugó en sus cálculos. Pero el león británico rugió fuerte y se lanzó a la reconquista en ultramar.

Ese dos de abril y cuando recién despuntaba el alba, las tropas argentinas desembarcaron con éxito y sorprendieron a la pequeña guarnición británica que esperaba la invasión por la playa Púrpura o el Aeropuerto. Los argentinos atacaron “por la puerta de atrás”: con helicópteros que aterrizaron en “Mullet Creek” aparecieron los primeros invasores. Eran unos 120 hombres del llamado "Buzo Táctico", tropa de élite argentina. Lo demás es historia conocida: no había terminado el día cuando los argentinos, henchidos de patriotismo y felicidad, izaron su pabellón bicolor en las recuperadas islas Malvinas.

Pero, fue entonces que comenzó otra historia en Palacio de Gobierno del Perú, aquí en Lima. Más allá de la euforia argentina, de las multitudinarias manifestaciones en Buenos Aires que aclamaban al general Galtieri y a sus acompañantes en la Junta Militar de Gobierno (a los autores de la inmediata aventura), el presidente Belaúnde mostraba preocupación. Lector infatigable, profundo conocedor de la historia, experimentado político, había tratado muchas veces con los británicos. Y sabía que en su diccionario no existe la palabra rendición. Gran Bretaña, país poderoso, orgulloso de su grandeza y de su papel en la historia, la nación de la sangre, el sudor y las lágrimas de Churchill, se iba a lanzar con todo —no importaba cuán distantes estuvieran las Malvinas– para reparar la afrenta (desde su perspectiva) y mantener su mellado prestigio mundial. El análisis de Belaúnde era correcto. Y Margaret Thatcher se lanzó a la guerra.

Belaúnde sabía que la derrota final de Argentina era inevitable. Y quiso salvarla del resultado que se veía venir.

Por lo demás, había un factor fundamental que, en adición a las consideraciones anteriores, hacía previsible la reacción británica y que resulta hoy increíble no hubiese sido evaluado en la apreciación de la situación que realizaron los militares argentinos: el valor estratégico de las Malvinas, llave de comunicación entre dos océanos y trampolín para la futura explotación de la Antártida.

FBT entra a tallar

Cuando le preguntamos a Belaúnde sobre los entretelones de su intervención pacificadora, el senador vitalicio se mostró cauto y mesurado: "Yo no quiero decir todo lo que sé, porque mi intención es propender a la armonía y no a la discordia". Enseguida, nos presentó hasta seis volúmenes sobre la guerra de las Malvinas, que figuran en un lugar preferencial de su copiosa biblioteca. En todas esas publicaciones hay referencias a las gestiones de FBT en busca de una paz que desgraciadamente no llegó, por culpa de una y otra parte.

A fines de abril —cuando todo parecía sonreír a Argentina—, arribó a Lima una delegación del gobierno de Galtieri. La ocupación se había producido veinte días atrás y la flota británica recién surcaba el Atlántico rumbo a las Malvinas. Objetivo de la misión: coordinar el apoyo peruano, sobre todo en los aspectos logísticos y aéreos. (Quien más tarde llegó a entendimientos concretos fue el representante de la Fuerza Aérea Argentina, que estuvo en Lima a comienzos de mayo y se entrevistó, entre otros, con el Comandante General de la FAP, Luis Ricardo Maertens).

En aquella oportunidad el presidente Belaúnde no perdió la ocasión de llevar a los enviados argentinos al salón donde albergaba sus mapas y maquetas. Itinerario forzoso de los visitantes de Palacio en esa época.

Con un mapa del extremo sur del continente a la vista, Belaúnde señaló, una a una, las numerosas playas y bahías de las Malvinas. "Es imposible defender sus posiciones... Puerto Argentino y otras localidades menores resultan muy vulnerables ante una invasión británica", habría dicho entonces. Pero su reflexión, que había sido elaborada luego de conversaciones con los sectores más serenos de los mandos castrenses peruanos (habían de los otros), desdichadamente no fue escuchada. Los militares argentinos estaban inflamados de triunfalismo. Galtieri y los suyos no querían desmontarse de la victoria inicial que consiguieron y que necesitaban para afianzarse en el poder y, sobre todo, gobernar con olor de multitudes.

El general Iglesias y el almirante Benítez volvieron los primeros días de mayo a Buenos Aires. Su posición era tan ciega como inflexible: estaban seguros de vencer, como lo pregonaron en sus contactos.

La primera gestión

La de Fernando Belaúnde Terry fue, en realidad, la primera iniciativa de paz debidamente estructurada que se presentó en la escena mundial para tratar de acabar con el conflicto. "The Sunday Times", en su versión sobre la guerra de las Malvinas, escribió que la propuesta de Belaúnde contaba con todos los ingredientes para alcanzar el éxito, pero "en diversas etapas tropezó con la indiferencia o la hostilidad de ambas partes". Esta versión, como veremos más adelante, no se compadece con la verdad, al menos en sus términos fundamentales.

Belaúnde intervino por primera vez a mitad del camino del puente diplomático del norteamericano Alexander Haig, aceptado como mediador por los dos contendores.

¿Qué fue lo que planteó FBT? En primer término, una tregua de 72 horas para buscar una fórmula de paz. Argentina, país que reconoció le era favorable la propuesta, no titubeó en aceptarla.

Después del fracaso inicial de las gestiones directas de Haig, la fórmula peruana alcanzaba la estructura de un anteproyecto. Perú y Estados Unidos conversaban, de igual a igual, para evitar la escalada.

Además de la tregua, la propuesta peruana consistía en una retirada y la entrega de la administración de las islas a una comisión internacional, integrada por delegaciones de países aceptables a las dos partes en conflicto. En un plazo determinado se podría llegar a un acuerdo definitivo.

"Conocedor de las desventajas de la participación de los Estados Unidos, Belaúnde Terry se movió con suma cautela... tanto más cuanto que en las primeras etapas, algunos de los principales actores del drama ignoraban lo que estaba proponiendo. Francis Pym (el ministro de RR.EE. británico) se mostró impreciso cuando en Washington lo interrogaron los primeros días de mayo sobre el contenido de la propuesta peruana", dice el "Times".

Lo cierto del caso es que el planteamiento de Belaúnde llegó a ser aceptado por los argentinos. Y el dos de mayo, el mismo día que fue abatido el “Belgrano", el Embajador británico en Lima, Charles Wallace, entregó a Belaúnde la conformidad escrita de su país para acceder a la paz. Haig se había encargado de convencer a los británicos.

Pero en la rubia albión había corrientes de opinión encontradas. Y el hundimiento del "Belgrano", ocurrido ese día, acabó con el primer intento peruano en busca de la paz. Los británicos actuaron con alevosía, premeditación y ventaja: el "Belgrano" navegaba fuera de la zona de litigio. Cuando Belaúnde llamó a Galtieri éste le manifestó que, luego de lo sucedido, ya no podía haber arreglo.

El segundo "round"

"Mucha gente cree que nuestra actuación terminó con la pérdida del "Belgrano" —nos dijo Belaúnde—, pero eso no es exacto. Nuestra actuación continuó y a raíz de la pérdida del barco británico Sheffield (hundido por un misil Exocet disparado desde un avión argentino que burló el radar) surgieron nuevas esperanzas... Cuando las dos partes podían exhibir una victoria era momento propicio para promover la paz sin que hubieran vencedores ni vencidos".

Haig y Belaúnde estaban en permanente comunicación telefónica. Fue entonces que Haig, según FBT, habló como un entrenador de fútbol norteamericano. "Es el momento. Están empatados uno a uno", habría manifestado Haig. Pero la gestión no era fácil. Al otro lado de la línea telefónica se hallaba el vibrante general Galtieri, con su voz encendida y tonante, de cantante de ópera italiana.

"Un arreglo no era indecoroso de ninguna manera y el hundimiento del Sheffield era la ocasión propicia, repito", se lamentó Belaúnde. "Nuestra gestión tuvo inicialmente éxito, pero vinieron luego dilaciones y falta de decisión".

En esta segunda mediación, se planteó la congelación de las operaciones y el retiro simbólico de ambas fuerzas a través de un puente aéreo. Aviones peruanos trasladarían algunos batallones argentinos a su territorio y aviones norteamericanos depositarían tropa inglesa en Chile. El gobierno chileno había aprobado la operación...

Casi hay complicaciones

Por esos días estuvo a punto de estallar un incidente que hubiera enredado el panorama. Un alto jefe de la FAP, hoy en situación de retiro, nos contó que el puente aéreo que se tendió con Argentina para el apoyo, pasando por Bolivia, no estuvo exento de tensiones.

Hubo una ocasión en que una escuadrilla peruana voló cerca a la frontera con Chile y hubo dramáticas consultas con la Comandancia General de la FAP. ¿Qué hacemos si los interceptores chilenos se siguen acercando?, fue la consulta del jefe del convoy aéreo. "Dispárenles", habría sido la respuesta. Felizmente no fue necesario: los aviones chilenos se mantuvieron dentro de sus fronteras, a prudente distancia. ¡Lo que hubiera sucedido! Un nuevo frente de batalla y otro incendio bélico en América del Sur.

El esfuerzo final

"Queriendo evitar la batalla de Puerto Stanley o Puerto Argentino, ahí nosotros tuvimos una actuación desesperada para tratar de que no se produjera. Pero esta última iniciativa se frustró porque el tiempo nos ganó", recordó Belaúnde.

¿También entonces estuvo en contacto con Estados Unidos? "Estaba en contacto y le puedo mostrar los documentos, los diversos documentos que conservo sobre las gestiones (nuestro fotógrafo Romaní voló de su asiento y empezó a disparar sin cesar su máquina para fotografiarlos). No los voy a publicar, por ahora, ni se los voy a dictar porque esto lo quiero guardar... Pero aquí se pone las condiciones, iguales para las dos partes", nos dijo, mostrándonos los papeles.

El tiempo ha corrido. Los recuerdos permanecen. ¿Qué piensa hoy Belaúnde, a la distancia, de lo que se hizo entonces? "Estoy satisfecho de lo que hizo el gobierno, sobre todo porque era una cuestión de fraternidad americana y porque se le pudo evitar a la Argentina todo lo que ocurrió... Luego del conflicto se ha hecho mucha política interna, especialmente en Inglaterra, contra la señora Thatcher y a favor de la señora Thatcher... Yo no he querido prestarme a cosas internas". Belaúnde —lo sabemos—ha sido visitado en más de una oportunidad por periodistas británicos y de otras nacionalidades para que cuente los entretelones de su intervención pacificadora en la guerra de las Malvinas.

Sobre otras batallas

Con Fernando Belaúnde, quien nos siguió asombrando con su lucidez y la magia indudable de su personalidad, charlamos también sobre otras luchas. Electorales, por cierto.

Empecemos por la más cercana, la del próximo 9 de noviembre. ¿Quién cree Belaúnde que ganará? "Creo que actualmente están los tres candidatos a la Alcaldía de Lima más o menos parejos. Tengo esa impresión. Es un cartel en el cual hay dos matadores antiguos y uno que recién toma la alternativa. Hay dos candidatos que tienen ya mucho pasado municipal; y el que más lo tiene es evidentemente el doctor Bedoya, cuya gestión, es un hecho, fue muy exitosa. No hay favoritismo al reconocer este hecho... Sus dos gestiones fueron positivas".

¿Estará FBT en la lucha electoral del 90? ¿Será nuevamente candidato presidencial? "Yo creo que no —respondió—; dentro de la lógica de las cosas ya he tenido mi oportunidad, reiterada por la generosidad del pueblo peruano... Claro, eventualmente puedo tener algo que hacer, especialmente en una emergencia, con miras a la unidad, a la fraternidad; siempre un hombre que ha actuado y tiene ya años puede tener alguna influencia... Pero yo pienso que el futuro es de otras generaciones".

—¿Irá Acción Popular solo en 1990 o quizás integrando un movimiento, una tercera posición que evite la polarización entre el APRA y la IU?

"Mire usted, no se puede adelantar la jugada. En el ajedrez y en los toros no se puede hacer la faena en el hotel... Hay que esperar".

Muchos otros temas de nuestra larga y fascinante conversación con Belaúnde se nos quedarán en el tintero. Gajes del limitado espacio periodístico. Porque también hablamos de cómo su primer gobierno enfrentó con éxito la guerrilla del 65, financiada y alentada por la Cuba castrista y el comunismo internacional; cómo logró debelar el motín de El Frontón sin derramamiento de sangre y con la intervención del Juez de Ejecución Penal en las postrimerías de su régimen. Entonces se criticó al ministro Musso porque se entendió que había sido blando y aceptado condiciones de los amotinados. "No han sido justos con él. Alberto Musso no firmó nada. El que actuó fue el Poder Judicial", sostuvo FBT.

Denuncia sobre sabotaje

—¿Qué errores reconoce haber cometido en su segundo gobierno?

"¿Errores?, bueno, evidentemente hubo algún sabotaje que debió combatirse más".

—¿Puede usted precisar a qué se refiere?

"En todos los estratos de la administración hubo sabotaje y hubo acusaciones, frecuentemente infundadas, para que cambiara a tal o cual persona...".

—Hay quienes hablan de claras deslealtades en el tramo final de su gobierno, como en el caso del Banco Central de Reserva...

"Tuvimos "muchos problemas con el BCR, fundamentalmente con la norma del pago puntual a las agencias de desarrollo. Cada vez que nosotros apelábamos al Banco, lo que era perfectamente factible, siempre ellos buscaban otra fórmula para utilizar al Banco de la Nación, lo cual nos restaba recursos".

"Me acuerdo, por ejemplo, de un momento en que yo instruí al Banco para que se pagara ciertas obligaciones —a través del BCR— con el Banco Interamericano de Desarrollo porque nos interesaba que vinieran los desembolsos correspondientes. No había riesgo de ninguna clase. La orden se cumplió, pero utilizando al Banco de la Nación, con lo cual nos restaron los recursos de este último Banco. Entonces, indirectamente, no logramos nuestro objetivo. Yo me enteré de eso cuando ya la cosa había ocurrido".

—En medios políticos se ha denunciado que hubo en los meses finales de su gobierno algunas maniobras de la Alta Dirección del BCR desfavorables para su gobierno. ¿Qué podría decirnos al respecto? ¿Se pretendió favorecer a sus sucesores?

"Intentaron hacer una devaluación clandestina, que yo la detuve. Fue en el mes de julio. Detuve esa devaluación que ya estaba conversada con los bancos. Pude hacerlo porque uno de mis representantes en el BCR me avisó que él no estaba informado".

De todas maneras, no cabe duda que el nuevo gobierno tuvo suficiente techo para mantener largo tiempo el tipo de cambio sin variación. Según los expertos, hubo adelanto cambiario. ¿Hubo algún entendimiento con los que sucedieron a Belaúnde como se comenta?

jueves, 9 de abril de 2009

LA VOZ DEL PATRIARCA

PRESENCIA Y RECUERDO
FERNANDO BELAUNDE TERRY

La campaña del 45. Cómo se organizo
EL proceso electoral de 1945 no puede desligarse de la situación mundial de aquel año, que marcaría la muerte de Franklin D. Roosevelt, causada tal vez por su agotamiento físico a los 63 años y la dramática desaparición de Hitler, a los 54, en el derrumbe del poderío nazi.

La victoria fue, fundamentalmente, de las democracias, pese a la participación soviética eclipsada, a pesar de su heroica defensa, por sus ambivalencias iníciales. La temprana complicidad con Hitler había debilitado moralmente su posición.

El éxito de las democracias creó una fuerte corriente por la autenticidad de los gobiernos, basada en la pureza del sufragio. Desde la última etapa de la guerra, en que se veía venir el triunfo, parecía imposible llevar a la práctica, en el Perú, alguna imposición electoral.

Esa circunstancia benefició a los partidos perseguidos, entre los cuales destacaba el Apra, aunque también figuraba su viejo rival, la Unión Revolucionaria, con lo que había quedado de ese movimiento, después del asesinato de Sánchez Cerro.

Destacadas personalidades reclamaban, desde tiempo atrás, elecciones libres y anhelaban que se hiciera viable una fórmula de reconciliación nacional.

Mi padre la había sugerido insistentemente al presidente Benavides. Mas éste, que parecía permeable a aquella idea, desistió de ella a raíz de los sucesos de febrero de 1939, en que su propio Ministro de Gobierno, el general Antonio Rodríguez, encabezó un golpe en que habría de perder la vida. Esta circunstancia creó un clima de tensión en aquel año electoral y, el gobierno saliente, volcó todo su apoyo a la candidatura del doctor Manuel Prado. Fue durante el nuevo gobierno que se desenvolvió el drama de la Segunda Guerra Mundial, con los efectos que he anotado.

Al principio tomó cuerpo la candidatura del general Eloy Ureta que parecía tener el apoyo oficial. Sin embargo, la corriente de opinión por una fórmula democrática de reconciliación nacional, comenzó a plasmarse. En Arequipa, desde diciembre de 1943, se había forjado un movimiento que, poco después, crearía su 'Comité Departamental' que, el 3 de junio de 1944, hizo un llamado al país, concretado en cinco puntos, todos ellos en demanda de un proceso electoral auténtico. Presidió el Comité Departamental don Manuel J. Bustamante de la Fuente, destacado jurista, secundado por Julio Ernesto Portugal, Jorge Vásquez, Jaime Rey de Castro, Carlos Lira Gámez, Javier de Belaunde y otros destacados ciudadanos.

Mi padre, que se encontraba entonces en un destierro voluntario, reclamaba con decisión y firmeza la democratización del país. Don José Gálvez aglutinaba a personalidades imbuidas de ese mismo propósito. Haya de la Torre, estando todavía el Apra fuera de la ley, se encontraba dispuesto a promover, decididamente, el movimiento, sin abrigar ambición personal. El propio Mariscal Benavides que pronto habría de regresar al Perú, secundaría resueltamente la nominación de la candidatura del Frente Democrático Nacional de 1945.

En Lima se había creado el Comité Central del Frente, presidido por el doctor José Gálvez; las cuatro secretarías estaban a cargo de Enrique Dammert Elguera, Jorge Luis Recavarren, Alfredo Calmet y yo mismo, en un esfuerzo por llevar brisas juveniles al Comité, en el que participaban junto a José Gálvez y Rafael Belaunde, distintas personalidades. Alguna de ellas como Manuel Mujica Gallo y Manuel Diez Canseco, no habrían de permanecer en el movimiento por existir determinadas desavenencias. Lo integraron Pedro Rubio, Manuel D. Faura, Adolfo Laines Lozada, Oscar Leguía, Agustín Haya de la Torre, Rogelio Carrera, J.M. Valega, Jorge Dulanto Pinillos y otros ciudadanos de evidente vocación democrática. Más tarde, aunque sin formar parte del frente, se adhirieron personalidades cercanas a Benavides, como Héctor Boza. El mariscal suscribió, independientemente, un concluyente documento respaldando la candidatura, proclamada oportunamente por el frente, del doctor José Luis Bustamante y Rivero.

El candidato proclamado había declinado, meses antes, una invitación para postular en lo que él juzgó, con evidente acierto, que se trataría de una candidatura oficial. Ese acto de desprendimiento actualizó su personalidad que era, por demás, debidamente reconocida, como jurista, como diplomático y como escritor de notable talento. Un antecedente político importante que, con delicadeza, él nunca quiso explotar, fue el de haber redactado el Manifiesto de Arequipa que suscribiera, en la revolución de 1930, el comandante Sánchez Cerro. Sin embargo, llevado al Ministerio de Justicia, su permanencia en él fue breve, seguramente por hacerse ostensible alguna incompatibilidad. Todas las intervenciones del doctor Bustamante en la campaña, destacaron por su profundidad, concisión y elegancia. Alguna de ellas -el Memorándum de la Paz- fue un documento de especial firmeza al que él habría de aludir en varias ocasiones.

La llegada del candidato dio lugar a una gran manifestación en el Estadio Nacional, en que pronunciaron brillantes discursos, tanto de él, como del doctor Gálvez quien le dio emotiva bienvenida. Poco después, con motivo de la reaparición del Apra después de largos años de ostracismo, se llevaron a cabo, el 24 de mayo de 1945, las manifestaciones del Campo de Marte y de la plaza San Martín, en que Haya de la Torre se reencontró con el pueblo. Fue una emotiva y multitudinaria actuación que dio lugar a un memorable discurso del jefe aprista.

Aunque no faltaron momentos de cierta tensión política dentro del frente, el movimiento adquirió un respaldo electoral que ya presagiaba su concluyente victoria. La candidatura Ureta continuó en la lucha, pero obtuvo en las ánforas un segundo puesto bastante lejano del candidato triunfante. No habiéndose alcanzado un acuerdo entre Bustamante y Haya de la Torre para la formación del Gabinete, mi padre aceptó constituirlo con destacadas personalidades independientes, como Jorge Basadre, Rómulo Ferrero, Carlos Basombrío, Luis Alayza y Paz Soldán, Javier Correa Elías, todos imbuidos del desinteresado propósito de consolidar el esfuerzo de reconciliación nacional.

Empero, antes de cumplir dos meses de la difícil gestión, y hostilizados varios miembros del gabinete por la representación aprista, se produjo una primera crisis. Mi padre aceptó, en gesto de evidente abnegación cívica, presidir el nuevo gabinete en que se integrarían Luis Valcárcel, el eminente peruanista, y los ingenieros Carlos Montero y Gonzales Tafur.

En lo que a mí respecta, a los 32 años, como integrante del movimiento, me tocó presidir la Comisión de Prensa y Propaganda de aquella memorable campaña. Accediendo a la invitación del doctor Bustamante y Rivero, ingresé a la Cámara de Diputados donde, poco después, me tocó presidir el núcleo de representantes del Frente Democrático. Orienté mi labor a los campos de mi especialidad, principalmente en lo que atañe a la vivienda de interés social y al planeamiento urbano. Fueron mis primeros pasos en la vida pública que me permitieron participar intensamente en aquel movimiento, infortunadamente breve, de reconciliación nacional y autenticidad democrática.

¿Qué ha quedado de esta histórica experiencia? La convicción de que la armonía es posible, aunque difícil de mantener. En el triunfo del Frente Democrático hubo casos notorios de desprendimiento y sagacidad. La figura de Haya de la Torre demostró su máxima proyección popular. El gobierno de Prado actuó atinadamente y el doctor Bustamante condujo su campaña con firmeza, aunque evitando distintos amagos que la amenazaron. Aunque Ejecutivo y Legislativo compartieron la victoria, pronto apareció un enfriamiento que los alejó día a día. Mi padre advirtió, en todo momento, el peligro que este divorcio de los dos poderes significaba para la estabilidad del régimen. Todo ello creó hondas preocupaciones hasta despejarse las últimas brisas de la armonía, que tanto esfuerzo había costado crear.

Derrocado el presidente Bustamante y Rivero, y en un necesario esfuerzo de síntesis, quiero mencionar algunos acontecimientos fundamentales para enjuiciar su obra. Es el lúcido promotor de las 200 millas marítimas que, con distintos matices propiciaba Chile y que, más tarde, secundó Ecuador. Dicha acción significaría, seguramente, el mayor aporte de América Latina al Derecho Internacional.

Y, en cuanto al reconocimiento personal, quiero concluir con un acto que exaltó una emotiva reunión que se realizaba, en Palacio, durante mi primer gobierno, cuando me tocó anunciar que el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya había elegido presidente al doctor José Luis Bustamante y Rivero.

Más tarde, en mi segundo gobierno y, en el recinto que desde entonces llamamos el 'Salón de la Paz', llevando la armonía al ámbito internacional, Bustamante y Rivero preclaro mediador entre El Salvador y Honduras, estuvo presente con los emisarios de esas naciones hermanas, para poner término al conflicto que las había separado.

Publicado en la revista Oiga, 24 de enero de 1994

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a EDITORIAL PERIODISTICA OIGA S.A, 1994. © Francisco Igartua Rovira, 1994.

viernes, 3 de abril de 2009

LA VOZ DEL PATRIARCA

PRESENCIA Y RECUERDO

Medio siglo de pruebas y esperanzas

Fernando Belaunde Terry

Tiene razón OIGA al echar un vistazo al pasado que, de una u otra manera, en la libertad o el ostracismo, ha registrado en los últimos 50 años. Parece inspirarse en aquel lema de lduarte, que dice: “Vemos para atrás, porque vamos para adelante...”. Este vistazo tiene tanto que hacer con el pasado, como con el porvenir. Acepto gustoso el reto de intentar cubrir, aunque sea parcialmente, aspectos de este medio siglo que termina, no sólo como observador, sino como actor. Adelanto mis excusas en caso de que, en tan complejo empeño, pueda caer en alguna parcialidad.

A nadie sorprenderá que ponga especial énfasis en el aspecto política social y en sus influencias internas y externas. El Perú no es una isla y vivimos una época de integración, que estimula el comercio internacional y facilitan las comunicaciones. Integración que no es ajena a la penetración ideológica, no muy santa.

El triunfo de las democracias

La década del 40 fue de grandes preocupaciones y tensiones. El comienzo de siglo estuvo marcado en nuestro hemisferio por la avanzada legislación social de Batlle, en el Uruguay, que dio lugar a que se conociera a ese país como prototipo del ‘Estado Benefactor’. La Revolución Mexicana que cobra impulso frente a la continuidad de Porfirio Díaz tiene, además, una motivación agraria. Antecede a la Revolución Rusa. Aspectos dramáticos la difunden, ganando adeptos la rectitud de Madero, la audacia de Villa y el idealismo de Zapata. Surge, después, la rebeldía de Sandino.

Pero es el advenimiento del comunismo en Rusia, en el caos social causado por la Primera Guerra, el que le abre a Lenin el camino al poder. Estos son acontecimientos que no podían dejar de tener efecto en Perú. Por un lado, la pluma elocuente de José Carlos Mariátegui presenta la dramática realidad de nuestro país. Su prematura muerte no le permitió presenciar los acontecimientos ocurridos a partir de 1930. Aunque adoptan su nombre grupos extremistas, lo hacen congelando, en cierta manera, el pensamiento del maestro, sin tener en cuenta su permanente inquietud de captación de la identidad nacional. Víctor Andrés Belaunde, profundamente creyente, discute sus planteamientos y, en ‘La Realidad Nacional’, defiende los propios. Es una polémica de alto nivel, de mutuo respeto que, infortunadamente, no habría de seguirse más tarde en debates agresivos y, a veces, intolerantes, con el advenimiento de nuevas fuerzas políticas.

El Apra, simbólicamente se había fundado en México, en 1924, mas sólo tomó forma en la campaña del 31 que enfrentó a su líder, Haya de la Torre, con el general Sánchez Cerro, el jefe triunfante de la Revolución de Arequipa. El Apra tuvo un origen marxista aunque, al correr de los años, adaptándose a los tiempos, introdujo ingeniosas innovaciones. No condenó al marxismo por juzgar que, en su incipiente industrialización, el país no estaba preparado para implantarlo. La violencia de esos años dio lugar a que, obstinadamente, se persiguiera al aprismo y a su jefe.

Mientras tanto, en Europa se asentaba el fascismo, en Italia con la vigorosa personalidad de Mussolini y, más tarde, el nazismo, en Alemania, con el liderazgo amenazante y agresivo de Hitler.

En suma, dominaban al terminar la primera mitad del siglo, dos ideas: El totalitarismo de lo que sería el eje Roma Berlín y el marxismo-leninismo. El término de la contienda mundial tendría influencia importante en los años siguientes, período en que OIGA asumió, en mar frecuentemente tormentoso y amenazante, el largo recorrido que nos lleva a la hora actual.

Se inicia la ‘Guerra Fría’

En 1945, Franklin D. Roosevelt, reelecto presidente para un cuarto período, concurre físicamente debilitado y mentalmente agotado a la Conferencia de Yalta, con Churchill y Stalin. Muy lejos de la actitud arrogante que habría podido explicarse por la decisoria participación de Estados Unidos, en la Guerra Mundial, hizo alarde de tolerancia y, en un arranque de generosidad internacional, magnificó la participación soviética, que si bien heroica, no fue el factor fundamental de la victoria de los aliados de distinta ideología.

Se compartió con ellos la ocupación de Berlín y la cuestionable fórmula de la división de Alemania que, después de un largo periodo de tensiones y alarmas, ha tenido un desenlace feliz, dando lugar a la destrucción del famoso Muro de Berlín. La Guerra Fría ha terminado, no por una acción bélica, sino por el colapso del marxismo en Rusia como forma de gobierno. Pero sus consecuencias, a lo largo de varias décadas, han sido graves para muchos países y, especialmente, para el Perú.

El triunfo de las democracias favoreció el retomo del Apra a la legalidad al finalizar el primer gobierno de Manuel Prado, que se había desempeñado dentro de apariencias democráticas, pero persiguiendo a ese partido y a otros grupos, como la Unión Revolucionaria y el comunismo.

Todavía estaban frescas las heridas de la pugna entre el Apra, la Unión Revolucionaria y los gobiernos del presidente Benavides, elegido por la Asamblea Constituyente, a raíz del asesinato de Sánchez Cerro. Se consideraba que la única forma viable sería un movimiento de unidad democrática, con una candidatura que pudiera tener general respaldo.

Fue en esas circunstancias que se originó en Arequipa el comité inicial de lo que habría de ser el Frente Democrático Nacional, bajo la presidencia del distinguido jurista doctor Manuel J. Bustamante de la Fuente: Soy testigo de excepción, pues participé en ese movimiento desde sus orígenes. Llegado el momento de darle amplitud nacional, se constituyó en Lima el Comité Central presidido por el doctor José Gálvez, e integrado por 4 secretarios, entre los cuales me tocó intervenir.

Se barajaron distintos nombres, figurando entre ellos, en algún momento, el de mi padre, Rafael Belaúnde y Diez Caneco. Mas, la solución finalmente adoptada favoreció al Dr. José Luis Bustamante y Rivero El movimiento obtuvo triunfo abrumador sobre la candidatura opositora del general don Eloy G. Ureta. El Frente obtuvo mayoría en ambas Cámaras. En cierta manera, mientras en el plano mundial se celebraba el triunfo de las democracias, en el nacional se hacía lo propio. Una vez más quedaba demostrada la influencia de los acontecimientos externos en el rumbo del país.

No fue fácil mantener la armonía dentro del Frente. Se produjeron tensiones entre el Parlamento y el Ejecutivo. La tarea de los dos primeros gabinetes, que presidiera mi padre, fue ardua La hostilidad parlamentaria dio lugar a las renuncias del Ing. Enrique Basombrío, de Jorge Basadre y de Rómulo Ferrero, tres personalidades independientes cuya presencia prestigiaba al gobierno y acentuaba su imparcialidad. Fueron sustituidos por el Ing. Gonzáles Tafur, en Agricultura, por Luis Valcárcel, el eminente peruanista, en Educación; y por Carlos Montero Bernales, figura joven, de gran dinamismo, en Hacienda. Las tensiones políticas pasaron del hemiciclo, donde se logró calmarlas por un tiempo, a las plazas, donde adquirieron sensible agresividad. Un proyecto de Ley de Imprenta agravó la situación y tuvo sus reflejos en encuentros callejeros. Sin embargo, pasado ese momento y recuperada la calma, en enero de 1946, dimitió el gabinete. Fue sustituido por el que presidiera el Dr. Julio Ernesto Portugal, en el cual se incluyó a tres ministros apristas, los señores Vásquez Díaz, Elías y Rose Ugarte. Esa solución mantuvo, durante un año, una cierta tranquilidad, interrumpida, infortunadamente, por el asesinato de Francisco Graña G., figura que gozaba de merecidas simpatías y ejercía, entonces, la dirección de ‘La Prensa’. La presunción de una responsabilidad directa o indirecta del aprismo en ese atentado, creó un clima de tal tensión, que la crisis ministerial resultó inevitable.

En el nuevo gabinete, que presidía el vicealmirante Saldías, el general Manuel A. Odría ejercía la cartera de Gobierno.

No es el momento, ni hay espacio, para extendemos en tan lamentable acontecimiento. Como diputado, propuse al aprismo que invitara al nuevo ministro a la Cámara, a raíz de unos comunicados controversiales emitidos por su despacho. Como mi insistente pedido no tuvo acogida, procedí a plantear una interpelación. Asesorado en el hemiciclo por destacados dirigentes apristas, el ministro obtuvo un voto de confianza, con mi decidida oposición. Esa noche, sin pensarlo, sin sospecharlo, la mayoría aprista contribuiría a forjar la figura del golpe militar del 27 de octubre de ese mismo año. Poco después el general Odría se apartó del gobierno. Se produjo el golpe del comandante Liosa en Huancané, sin conseguir éxito. El 3 de octubre siguiente, una sublevación de la Marina estalló sin la anuencia de Haya de la Torre, pero realizada por miembros de su partido o simpatizantes, con negativo y cruento resultado para los rebeldes. La tensión era ya insostenible y el gobierno decretó que el Apra “se había colocado fuera de la ley”. En ese clima de absoluto divorcio, entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo, se produjo el pronunciamiento de Arequipa, siendo depuesto el presidente José Luis Bustamante y Rivero

El asesinato de Gaitán y el “Bogotazo”

Meses antes de la caída de Bustamante, en circunstancias en que se realizaba la Conferencia Panamericana, en Bogotá, se produjo el asesinato del carismático y popular líder Jorge Eliécer Gaitán. Gobernaba entonces el presidente Ospina Pérez. El populacho culpaba a los conservadores de haber provocado ese crimen. Se produjo una violenta reacción popular, que creó caos y destrucción en lo que se definió como el ‘Bogotazo’. La actitud serena y enérgica del jefe del Estado, contribuyó a la pacificación. Posteriormente, dio lugar a mucho comentario la presencia de jóvenes revolucionarios, con motivo de la Conferencia internacional, entre los cuales destacaba, sospechosamente, Fidel Castro. Empero, no se ha probado que tuviera participación en el hecho.

El ochenio: La vuelta a ‘la normalidad...’

El intermedio democrático había durado algo más de tres años. Cuando se produjo el golpe militar del general Odría, el inspirado poeta Martín Adán, trasnochador y bohemio, tuvo una recordada reacción: “Hemos vuelto a la normalidad”, dijo, estimulado, sin duda, por algunos tragos...

El general Manuel A. Odría habla tenido destacada actuación en los sucesos del Norte, en 1941, bajo las órdenes del entonces general Ureta. Su vida había discurrido en el ámbito estrictamente profesional, donde se le reconocía como un hombre capaz y astuto. La derecha lo rodeó inmediatamente, satisfecha por el revés aprista. Perseguido Haya de la Torre, decidió asilarse en la Embajada de Colombia, donde habría de permanecer cinco años, dando lugar a una tensa controversia sobre Derecho de Asilo, entre los dos países. Sólo pasado un lustro, la Corte de La Haya, con un pronunciamiento un tanto ambiguo, puso término al conflicto. El gobierno de Odría que, después de dos años de dictadura había adquirido apariencias legales, tuvo que otorgar el salvoconducto cuando ya se encontraba muy avanzado su ‘mandato’. Cabe recordar que, al bajar al llano durante los comicios, lo sustituyó interinamente el general Zenón Noriega. Para facilitar el control de las ‘elecciones’ se apresó al único opositor, el general Ernesto Montagne.

Una circunstancia externa favoreció al gobierno de Odría: La guerra de Corea. Aquel conflicto amenazaba con convertirse en una nueva guerra mundial en el teatro asiático. El vigoroso comando del general Mac Arthur, prestigiado por la victoria, hacía temer que la confrontación fuese de grandes proporciones, lo que dio lugar a una tendencia armamentista, elevándose los precios de nuestros minerales. Cuando Truman finalmente subroga a Mac Arthur, haciéndole sentir su autoridad, ya la alarma mundial habla dado lugar a un ventajoso incremento en los precios de las materias primas. Odría aprovechó esa circunstancia favorable, y dio a su gobierno un sentido dinámico. No es el caso de inventariar detalladamente sus logros, mas hay que reconocer que, en el aspecto hidráulico, realizó obras tan importantes como la derivación del Chotano al Chancay y, en el centro, el proyecto Choclococha, beneficiando a la agricultura en el departamento de Ica. En Arequipa construyó la represa de El Fraile, mejorando notablemente la situación en la cuenca del Chili y en la irrigación de La Joya. En el orden vial hubo intensa actividad para convertir muchas trochas carrozables en verdaderas carreteras.

En el aspecto político, sin embargo, con un Congreso obediente, señalado a dedo, se produjeron lamentables excesos contra los sectores de oposición, Proliferaron los destierros, no sólo en agravio de los apristas, sino de otros grupos de izquierda. Se llegó al extremo de declarar a Haya de la Torre ‘ indigno de la nacionalidad”, exceso que, más tarde, no sería obstáculo para la reconciliación desconcertante de la víctima con el victimario:

Fue, a todas luces, inconveniente mantener la obstinada negativa para otorgar salvoconducto al líder aprista, creando una peligrosa e innecesaria tensión internacional.

Distintos acontecimientos marcan hitos importantes. Nace el Estado de Israel; asume la Cancillería alemana, Adenauer; se realiza el pacto Stalin-Mao, que agudiza notablemente la Guerra Fría. Mossadegh nacionaliza el petróleo en Irán, y los franceses no pueden sostenerse en Indochina, lo que los llevaría, poco después, al desastre de Dien Bien Puh, presagio de lo que habría de suceder, más tarde, a los americanos.

En el ámbito tecnológico, la televisión, en prueba, anuncia ya su próxima y decisiva incursión en las comunicaciones. Churchill regresa al gobierno, mas no por mucho tiempo. Pétain muere en prisión.

En el ámbito latinoamericano, los sectores izquierdistas celebran el triunfo de Jacobo Arbens, en Guatemala, y de Paz Estenssoro, en Bolivia. La otra cara de la medalla la da el golpe del dictador militar Rojas Pinilla, en Colombia que, ante el asombro público, se aparta de su larga línea democrática. Al poco tiempo de abandonar la Embajada de Colombia, Haya de la Torre, ocurren sucesos importantes: El desconcertante suicidio de Getulio Vargas; la asunción al mando de Stroessner y Nasser, el asesinato de Remón y el triunfo de Kubitschek, que lograría el viejo sueño de construir Brasilia, la nueva capital que, al fin, pondría término a la rivalidad entre Río y Sao Paulo.

Entre tanto, el gobierno de Odría, no obstante haber impulsado obras públicas, pierde fuerza por su identificación con los sectores conservadores y sus intereses económicos. Persiste la pobreza generalizada y hay un mar de fondo de crónico descontento en la población.

En sus inicios se habla producido un enfrentamiento en Arequipa. Hay fuerte represión y numerosas víctimas. Dos jóvenes brillantes, Villegas y Bellido que, con Javier de Belaunde cruzan la plaza para parlamentar con los militares, son imperdonablemente baleados. De nada les sirvió ser portadores de la bandera blanca que protege a toda misión de tregua. La multitud buscó el liderazgo respetable de Francisco Mostajo, secundado por elementos jóvenes decididos, como Mario Polar, Roberto Ramírez del Villar, Jaime Rey de Castro y Héctor Cornejo Chávez. La dictadura, empero, logró sortear esa prueba, asegurando su continuidad.

Mas, en su etapa final, la ciudad caudilla volvió mostrar las uñas creando una situación que dio lugar a la caída del temido ministro de Gobierno, Esparza Zañartu, quien, durante todo el régimen, había dirigido la represión. Los sucesos fueron ocasionados por una convocatoria de la llamada ‘Coalición Nacional’, conducida enérgicamente por Pedro Roselló. Vargas Llosa da en su obra ‘Conversación en la Catedral’, una versión amena de los sucesos políticos de esa época.

Es en esa oportunidad que toma forma el Partido Demócrata Cristiano. Vale la pena hacer un paréntesis para precisar las condiciones que dan lugar a su creación.

Los movimientos de inspiración socialcristiana

El fin de la Segunda Guerra Mundial deja postradas a dos grandes naciones: Alemania e Italia. Esta vez los vencedores intuyen la necesidad de evitar su derrumbe. Han aprendido la lección de la Primera Guerra. Ambos países, derrumbados el nazismo y el fascismo, se refugian en democracias de fuerte inspiración cristiana. Es natural que busquen en el poder ilimitado de la fe, sobreponerse sobre las ruinas del totalitarismo.

Aunque nuestros pueblos latinoamericanos no habían sufrido derrota, pues habían estado, más bien, alineados con las democracias, sintieron el impacto tanto del mensaje de De Gasperi, desde Italia, cuanto del de Adenauer, desde Alemania. Países de fuerte tradición católica, profundamente familiarizados con las Encíclicas Papales, mostraron receptividad al mensaje europeo.

Tuvieron importante éxito electoral en Chile y Venezuela, mas en el Perú no lograron formar apreciable electorado. El Partido Demócrata Cristiano resultó así más elitista que multitudinario.

Buscó aliento en la figura de Bustamante y Rivero que, aunque retirado de la política activa, se identificaba con los postulados socialcristianos. Se advertía, también, una afinidad con los planteamientos de Víctor Andrés Belaunde, aunque éste tampoco se incorporó a las filas partidarias y, más bien, auspició el acercamiento a Acción Popular en la campaña de 1963. Cabe anotar que en los comicios del año anterior, el Partido Demócrata Cristiano sólo alcanzó el 2.88% de los votos válidos.

Fue entonces que, como veremos después, formando alianza con Acción Popular, se obtuvo la victoria de 1963, manteniendo durante buena parte de ese mandato, el PDC, las carteras de Justicia y Agricultura. Avanzando el período, se produjo una situación interna, que dio lugar a que la Democracia Cristiana se apartara del gobierno. Producida la división entre los que secundaban al Dr. Cornejo Chávez, y los que apoyaban al Dr. Bedoya Reyes, este último lideró la formación del Partido Popular Cristiano. Hemos de volver sobre su actuación en las décadas siguientes.

El llamado ‘Pacto de Monterrico’.

Así se conoció al insólito acercamiento entre el gobierno y el Apra, cuyo jefe se encontraba en el destierro. Se pensó en que la personalidad, prestigiada en los campos jurídico y financiero del Dr. Herrando de Lavalle, podría encabezar una fórmula conciliadora. Más, pronto se hizo evidente que, con marcada independencia de criterio, no sería una personalidad manejable. Sin embargo, se llegó a realizar una concentración pública en la que participó el Partido Aprista. En esas circunstancias –y perdóneseme que tenga que hablar en primera persona– un movimiento llamado ‘Frente Nacional de Juventudes’, se acercó a mi domicilio para invitarme a asumir la candidatura a la Presidencia. Sin más antecedente político que el de haber sido diputado, de 1945 a 1948, y haber sido gestor de algunos programas de vivienda y urbanismo, además de mi labor profesional y docente, juzgué que, sin partido político que me apoyara, era preciso viajar por el país y observar la reacción popular frente a la propuesta juvenil. Dicho frente presidido por Javier Alva estaba integrado por elementos de San Marcos y la UNI.

Un incidente inicial marcó distancias con el aprismo: la dirigencia de ese partido, en un inusual comunicado, instruyó a sus militantes a que se abstuvieran de secundar ese movimiento, cosa que en ningún momento nosotros habíamos solicitado. Era evidente que se temía nuestra intervención como factor que pudiera alterar los planes de acercamiento con la dictadura. Tuve que responder en forma enérgica y terminante. La situación quedó debidamente deslindada: Nosotros representábamos un movimiento de restauración democrática, sin claudicaciones.

El gobierno decidió cruzarnos demorando la inscripción de la candidatura que, entonces, requería el apoyo de 20 mil firmas. Prevalecían aún los llamados ‘resortes legales’. Cada candidatura debía hacer llegar sus propias cédulas de votación a todos los destinos del Perú lo que, inevitablemente, requería la eficiencia y rectitud del servicio de correo. En esa época de represión se encontraba controlado por la Dirección de Gobierno. Empero, seguimos adelante con la campaña, rearmando grandes concentraciones populares en las principales ciudades del Perú.

Advertidos de que nos iban a negar la inscripción, interrumpimos una gira por el departamento de Cajamarca y, secretamente, regresamos a Lima. En esas circunstancias, se produjo la manifestación de protesta en la noche del 31 de mayo y la madrugada de 1ro. de junio, Después de un encuentro con las fuerzas de choque, a la altura de la iglesia de la Merced, se replegaron nuestras huestes a una cuadra de distancia, y las insté a que me dejaran avanzar solo, lo que ocurrió en un ambiente de natural tensión. Expuse al oficial que comandaba el destacamento de la Guardia de Asalto, las razones de nuestra protesta y di, por su intermedio, al gobierno, un ultimátum para que procediera a la inscripción de mi candidatura. La inquietud y el entusiasmo que se habían despertado en la población, dio lugar a que el Jurado Nacional de Elecciones, que ya había acordado denegar la solicitud de mi inscripción como candidato, la aceptara, Conocida la noticia, se produjo, naturalmente, una explosión de júbilo. Una semana después, en la Plaza San Martín, se realizaba la memorable manifestación, que colmó densamente aquella gran ágora, reflejando, sin lugar a dudas, la magnitud del apoyo público.

Causó impacto nuestra convocatoria: “¡Sin millones, sin matones, sin camiones!”. Los términos de la contienda electoral cambiaron. El gobierno descartó a Lavalle, que apoyaba el PDC y dio su respaldo al ex presidente Manuel Prado, que había regresado de Europa. El Apra, olvidando una vez más pasados agravios, secundó decididamente esa actitud. Su conducta en el proceso electoral significó, para ese partido, una fuerte merma en su militancia.

Utilizando diestramente los ‘resortes legales’, el gobierno consiguió el resultado que buscaba, ante la incredulidad pública, 45.48% de los votos para Prado, 36.69% para mi mismo y 17.83% para Lavalle. El verdadero resultado se conocería pocos días después: La fundación del Partido Acción Popular que, siete años más tarde, llegaría al gobierno por primera vez.

Visión y misión de Acción Popular

Combatiendo decididamente a la dictadura y anticipándose tres décadas, Acción Popular se fundó previendo el colapso del marxismo-leninismo, dispuesta a luchar en todo terreno contra ese o cualquier otro tipo de totalitarismo. Practicante del credo democrático que inspiró la Emancipación, el movimiento buscó desde sus inicios una completa identificación con el medio. Un respeto a la milenaria experiencia acumulada en la región andina, una fidelidad a la trinidad contenida en los conceptos básicos de su código moral: Honestidad, veracidad, laboriosidad.

Frente a la tesis disociadora de la ‘lucha de clases’, Acción Popular proclamó a la Ley de Hermandad’, su suprema aspiración. Una ética del abastecimiento, basada en la ancestral enseñanza de la ecuación hombre-tierra, sería norma de su programa: El mantenimiento de la minka y el ayni, del trabajo desinteresado por el bien común, con la aplicación de la moderna economía monetaria, darle lugar a lo que llamamos el ‘Mestizaje de la economía’. Ello da una idea de lo que entendemos por una democracia, identificada con el medio. Porque somos conscientes de que el Perú no es un país estándar, al que pueda aplicarse inconsultamente y sin la debida adecuación, teorías foráneas. El Perú, así como, tiene mucho que recibir tiene, también mucho que aportar. Esta reivindicación del mensaje nacional, tantas veces ignorado por propuestas que hacen caso omiso de él, ha sido la clave para los triunfos de Acción Popular, en dos períodos gubernativos y en varios comicios parlamentarios y municipales.

El gobierno de la “convivencia”

El segundo gobierno del Dr. Manuel Prado difiere de su primera administración, que fue de pugna con el Partido Aprista, en que se creó la llamada ‘convivencia’. Como ese partido no había figurado en los comicios, volcó su apoyo a determinadas personas que lograron entrar al Parlamento y secundó, decididamente, a ese gobierno. En cuanto a la oposición sólo estuvo representada minoritariamente y, mediante la aplicación de los ‘resortes legales’, sólo se reconoció la victoria de 13 diputados que me secundaban y de dos senadores. Era, a todas luces, sospechoso el número reducido de representantes para un movimiento, a cuyo candidato presidencial se le reconocía el 36.69% de los votos. Aunque la demora en mi inscripción nos impidió postular candidaturas en todos los departamentos, el electorado que se nos reconoció en los comicios, debió haber acreditado 53 diputados y 16 senadores. Empero, el gobierno se desenvolvió guardando las apariencias democráticas y respetando los derechos ciudadanos.

El Dr. Prado, político experimentado, hombre de mundo, tenía buenas conexiones internacionales, originadas en su primera administración en que la adhesión de Perú a la causa de las democracias, le abrió muchas puertas amistosas en Washington y en Europa El gobernante tenia, además, experiencia en asuntos económico-financieros, habiendo ocupado el Dr. Prado la presidencia del Banco Central de Reserva. La colaboración aprista, más subterránea que superficial, favoreció su acción, dándole estabilidad, aunque significó para ese partido una apreciable merma de su fuerza. Es durante ese período que se produce el conflicto de Suez, de graves consecuencias internacionales; en que caen los dictadores Rojas Pinilla y Pérez Jiménez; en que muere, asesinado, Castillo Armas y llegan al gobierno, por un lado, Frondizi, en una apertura democrática con respaldo, o por lo menos, tolerancia peronista, y Alberto Lleras, el gran estadista colombiano, a quien corresponde la tarea pacificadora y el retorno a la vida institucional de su país. En el plano mundial, el general De Gaulle, con quien Prado establecería cordial amistad, logra la reforma constitucional, creándose la Quinta República, cuya presidencia le es confiada. En nuestro hemisferio ocurre el advenimiento de Fidel Castro, se realiza el accidentado viaje de Nixon a Sudamérica, donde es hostilizado, especialmente en Venezuela. El presidente Betancourt resulta herido por los extremistas. Triunfa Kennedy, quien auspicia la ‘Alianza para el Progreso’, movimiento inspirado en un propósito de promoción económica basado, más que en aportes, en inversiones recuperables, pero con la modalidad del crédito ‘blando’, a plazos largos El movimiento orientado a apoyar a los gobiernos legalmente constituidos, propicia una adecuada planificación, estimula los proyectos multinacionales y explora medios para garantizar las inversiones.

El joven y carismático mandatario americano experimenta, empero, dos reveses: El fracaso de la invasión por la Bahía de Cochinos en el que, sin intervenir directamente, estaba sin duda interesado, y el hecho de que, en la conquista del espacio se adelantara Gagarin, en tan vital competencia científica y tecnológica.

En nuestro continente destaca la sugestiva figura del presidente Kubitschek, cuyo empeño y dinamismo promueve el desarrollo centrípeto del Brasil. Su país adquiere una influencia que habría de durar varios lustros, en los campos del urbanismo y la arquitectura.

Finalmente, en este cuadro de acontecimientos externos, se acentúa la ‘Guerra Fría’ con la construcción del Muro de Berlín que, por tres décadas, habría de sembrar la alarma universal.

La ‘voluntad de fraude’

En la última etapa del gobierno de Prado, se produce al so insólito. Sus propios ministros de Guerra, Marina y Aeronáutica, generales Cuadra, Tirado y Noya, se dirigen al Jurado Nacional de Elecciones, cuestionando el Registro Electoral, denunciando irregularidades en relación a él y anotando -empleo las propias palabras de los denunciantes- ‘la voluntad de fraude’.

Curiosamente no es la civilidad la que toca las puertas de los cuarteles, sino al revés las propias Fuerzas Armadas dan la voz de alarma. Se inicia el proceso electoral de 1962, en un clima tenso. El resultado oficial es el siguiente: Haya de la Torre 32.98%, el que escribe estas líneas 32.13%, Odría 28.44%, Cornejo 2.88%, Pando 2.04%, Castillo 0.9% y Ruiz Eldredge 0.54%. Ninguno de los candidatos obtuvo el tercio de la votación y, de acuerdo con la ley vigente, el Congreso tendría que elegir al Presidente, en un ambiente político caldeado y ante la profunda desconfianza de la ciudadanía, la situación se fue agravando a medida que se acercaba el fin del período del Dr. Prado. Nosotros, en Acción Popular, apoyados en la denuncia de los propios ministros del gobierno saliente, reclamamos la nulidad del proceso, mientras que, en acto público, en una transmisión por televisión se informó que el Apra había resuelto respaldar al general Odría lo que, de haberse consumado, habría significado la presidencia del ex dictador. Mientras tanto, nosotros, en Arequipa, exigíamos la anulación del sospechoso proceso electoral, en efervescente manifestación nocturna.

En esas circunstancias se produjo el pronunciamiento de las Fuerzas Armadas, promovido por sus propios Comandantes Generales Lindley, Torres y Vargas Prada, asumiendo la presidencia de una Junta Militar, que convocaría inmediatamente a elecciones, el presidente del Comando Conjunto, general Pérez Godoy. Prado fue depuesto pocos días antes del término de su periodo, pasándolo a bordo de un buque de la Armada y saliendo, poco después, al exterior. La firme voluntad de los Comandantes Generales para que se cumpliera, como efectivamente ocurrió, el compromiso de celebrar elecciones dentro del plazo de un año, dio lugar al relevo del general Pérez Godoy, reemplazándolo el general Lindley.

El primer acto de la Junta Militar fue realizar un nuevo Registro Electoral que, confirmando las sospechas de la ciudadanía, en vez de resultar incrementado, fue inferior al que objetaron los ministros de Prado. Efectivamente, las elecciones de 1962 se hicieron con base en una inscripción total de 2’222,926 electores que, en la reinscripción de 1963, se redujeron a 2’070,318 electores. Las cifras confirmaron irrefutablemente la denuncia de los ministros.

El nuevo proceso electoral de 1963. a diferencia del anterior, sólo se realizó entre cuatro y no siete candidatos Los resultados porcentuales fueron: Belaunde 39.05%; Haya 34 36%; Odria 25 52%. Habiendo sobrepasado el tercio, me tocó iniciar mi primera administración el 28 de julio de 1963.

“El Perú construye”

Con este expresivo lema se inició el nuevo gobierno. Mis primeras palabras, al jurar el cargo en el Congreso, fueron tomadas de las Escrituras: “Los últimos serán los primeros” -dije- y a renglón seguido, convoqué a cabildos abiertos en toda la República, abdicando la atribución que, por cerca de medio siglo, habían ejercido mis antecesores, de designar a unos 10 mil alcaldes y regidores, en toda la República. Quisimos dar una prueba concluyente e irrefutable de nuestra vocación de servicio a los que llamamos ‘los pueblos olvidados’.

Nos presentamos al proceso electoral en alianza con el Partido Demócrata Cristiano, al que confiamos dos carteras en el Gabinete: la de Justicia, encargada al Dr. Luís Bedoya Reyes, y la de Agricultura, al Ing. Torres Llosa.

El primer respaldo nacional lo recibimos el domingo siguiente, en Pacaritambo -la legendaria ‘Aldea del Amanecer’-, pero no tardaría en producirse un segundo y definitorio respaldo: las elecciones municipales propiamente dichas, no sólo en los distritos sino en todas las ciudades, que habríamos de ganar, concluyentemente. En Lima presentamos la candidatura del Dr. Bedoya, que adquiriría una importante significación política, aún en plena vigencia. La victoria en todo el país tuvo un hondo significado porque, en el Congreso, aliadas las fuerzas apristas con las del general Odría consiguieron una mayoría que dificultó nuestra tarea gubernativa. Para muestra basta un botón: a los pocos días del consagratorio triunfo municipal, esa mayoría parlamentaria derribaba a mi primer Gabinete, presidido por un eminente hombre de ciencia y respetado estadista, el Dr. Oscar Trelles. Más tarde, abusando del recurso de la censura, cayeron ocho ministros que gozaban de reconocido prestigio en el país.

No es del caso inventariar, ahora, la vasta obra constructiva realizada. La hemos precisado en muchas publicaciones. Pero fue entonces que se llegó al acuerdo entre las naciones bolivarianas, para realizar el proyecto de la Carretera Marginal de la Selva, que dio forma al sugestivo Programa de Cooperación Popular y que incrementó, notablemente, la vialidad -incluyendo puertos y aeropuertos-, la irrigación y la electrificación. Se inició en ese período la construcción de la Central del Mantaro, que ha hecho posible la interconexión eléctrica en el país. Los planes habitacionales y educacionales merecieron la mayor atención y, en cuanto a la salud pública, basta citar la memorable visita del Dr. Sabin y la implantación, de extremo a extremo del país, de la vacunación contra la polio, que logramos erradicar. Tanto en ese como en mi segundo mandato, realizamos los mayores programas de vivienda popular que se hayan realizado en el Perú.

La ‘Guerra Fría’ no tardó en afectarnos. Antes de asumir el mando ya se habían producido los sucesos de Chaupimayo, con la captura de Hugo Blanco y la incursión y muerte en la frontera de Madre de Dios, del joven poeta Heraud que había estado en Cuba. Pero en 1965 se produjo un movimiento de guerrillas propiciado por el fidelismo, como parte evidente de un plan de origen soviético. Eran los tiempos de Kruschev y de Breznev, en la máxima pugna entre los superpoderes. El Perú fue víctima inocente de aquella competencia foránea. Afrontamos el problema con toda eficacia, derrotando concluyentemente al anacrónico y absurdo movimiento subversivo, gracias a la intervención de las Fuerzas Armadas y Policiales, sufriendo éstas varias lamentables pérdidas y cayendo víctimas entre la población civil, en lugares de la selva. Fracasadas en el Perú, las guerrillas aparecieron en Bolivia, durante el gobierno del general Barrientos. Las encabezó el propio Che Guevara, a quien esa aventura le costó la vida. Pocos se han preguntado por qué escogió ese país y no acudió, en cambio, a su propia tierra natal, Argentina, donde imperaba la dictadura militar que depuso al presidente constitucional Arturo Illia.

En 1966 se realizó en La Habana la Conferencia Tricontinental. Desvergonzadamente se aprobó allí, bajo las bendiciones de Breznev, la ‘exportación de la revolución’ indicando, como uno de sus destinos, el Perú. En mi mensaje al Congreso de ese año denuncié el hecho en la forma más enérgica. Muchos han olvidado esta intromisión subversiva originada en Moscú, vía Cuba. Años después aparecería la versión terrorista, vía Pekín.

Me tocó participar en la Conferencia de Jefes de Estado en Punta del Este, en 1967. Nuestro planteamiento allí, fue a favor de un enfoque de planificación continental, de interconexión de cuencas, de aprovechamiento de los recursos marinos, dentro de la tesis peruana de las 200 millas, planteada por el presidente Bustamante. Difundida esa actuación por televisión, dio lugar a un recibimiento impresionante en la Plaza de Armas de Lima. Sin embargo, algo más de un año después, ocurría el golpe militar del 3 de octubre de 1968.

El pretexto del petróleo

Todo golpe subversivo requiere de una bandera… o de un pretexto. El 3 de octubre de 1968, careciendo de ella, se le sustituyó por un embuste: la ‘pérdida’ de una supuesta ‘Página Once’, en el contrato celebrado por la Empresa Petrolera Fiscal y la International Petroleum Company.

Mediante dicho acuerdo, se solucionaba el viejo problema de La Brea y Pariñas, terminando una larga controversia que perjudicaba al Perú en el ámbito petrolero mundial y que limitaba su capacidad de acción. La IPC devolvió al país los yacimientos, más la superficie y los pozos, que superaban 3,000 unidades, estando en producción más de 1,300. Lograda la recuperación, sin gasto de ninguna clase, mi gobierno procedió a inscribir en Registros Públicos y en el Margesí de Bienes Nacionales, los citados bienes.

No se incluyó la vieja refinería por razones de peso: primero, como simple industria de superficie, nada tenía que hacer con la soberanía; segundo, era totalmente obsoleta desde el punto de vista técnico, pues la empresa, ante el peligro de una expropiación, se habla abstenido de modernizarla; tercero, la inmensa mayoría del personal con sus respectivos derechos, estaba vinculada a la refinación y comercialización. Obviamente, no convenía al gobierno asumir esas cargas La operación de los pozos, en cambio, sólo ocupaba un puñado de trabajadores en los puestos de control. Cuarto, mi gobierno había roto, previamente, el monopolio de la refinación al construir, en Lima, la gran Refinería de ‘La Pampilla’.

Para justificar el golpe, el gobierno de facto realizó la llamada ‘Toma de Talara’, oneroso gesto efectista que lo llevó a hacerse de la vieja refinería, lo que lo obligó a una gruesa inversión para modernizarla y a asumir pesadas obligaciones de la empresa, con respecto a su personal.

Descubrió tarde el gobierno, que gran parte de los servicios, como el transporte marítimo, eran suministrados por cada compañía ajena y hasta la propia sede central de la empresa, ocupaba un lugar alquilado.

Lejos de resolver el problema, la llamada ‘Toma’ creó un serio conflicto en el ámbito internacional, que se prolongó por varios años, la solución que nosotros auspiciamos, de no haber sido inconsultamente anulada, habría significado la armonía con la industria petrolera mundial, en 1968. Se habría aumentado, en libre competencia, la producción. El ‘boom’ petrolero de 1973, en que el precio del barril aumentó 20 veces, nos habría hecho beneficiarios y no víctimas de aquel acontecimiento, que ocurrió cuando ya no éramos exportadores sino importadores del oro negro. Tal fue, quizá, el mayor daño que el golpe causó a la República. Aún no se repone de él.

Acorralado el gobierno de facto, privado de crédito para su desarrollo, tuvo que afrontar la ingrata realidad. Después de haber asumido las obligaciones de la IPC, de haber permitido, desaprensivamente, que se llevara apreciables sumas del país, incurrió en condenable acto de entreguismo. Mediante el acuerdo Greene De la Flor, infantilmente camuflado, se hizo a la IPC un pago, bajo la mesa, por $ 23’157,875.07, el cheque lo extendió el Tesoro de los Estados Unidos, con cargo a recursos que, mediante el acuerdo citado, le confió el gobierno de entonces. A esa suma hay que agregar 17 millones por crudos impagos, más 5 por otros conceptos. Las obligaciones asumidas por el gobierno de facto, se estiman en millones de dólares. Los aparentes verdugos de la firma petrolera fueron, en realidad, sus benefactores. Fernando Schwalb, ex vicepresidente y Premier, ha escrito un concluyente libro sobre este tema.

El ‘Septenato’ o primera fase del gobierno militar

El viernes 28 de setiembre de 1968, en la que habría de ser la última sesión del Consejo de Ministros, aprobamos el decreto de convocatoria a las elecciones generales de 1969. El panorama se presentaba tenso; la candidatura aprista no podía ser otra que la de Haya de la Torre, quien entonces frisaba los 73 años y se encontraba en buenas condiciones de salud. No parecía tener rivales peligrosos; Acción Popular había lanzado la candidatura del vicepresidente Seoane pero, en el torbellino causado por la cuestión petrolera, distorsionada y magnificada por una propaganda intensa, que agradaba a los elementos de la extrema izquierda y, -caso increíble- tenía aceptación en algunos elementos de derecha que estaban lejos de sospechar que serían víctimas del régimen legal que anhelaban crear, dio lugar a desavenencias internas en el partido. Ello evidentemente contribuyó a debilitarlo en esos momentos difíciles. Los elementos antiapristas vieron con entusiasmo la ruptura del orden constitucional. Habrían de pagar muy caro tan tremendo error.

Se habló de un pronunciamiento ‘institucional’, esto no era exacto. Si bien lo encabezó el Comandante General del Ejército, no contó con apoyo de la Marina ni de la Fuerza Aérea, en la cual sólo algún acto aislado servirla para marcar, precisamente, la unidad institucional. Había un clima de tensión, es verdad, mas yo desoí las voces que me aconsejaban constituirme en otro lugar, porque mi sitio, por mandato popular, estaba en el Palacio de Gobierno. No es el caso repetir aquí los incidentes de aquellas noches, que están detalladamente descritos en el libro ‘Conversaciones con Belaunde’, de Enrique Chirinos Soto. Basta anotar que el Comandante General de la Marina, vicealmirante Mario Castro de Mendoza, rehusó participar en el movimiento y asumir la cartera de Marina que se le ofrecía. Asimismo, el teniente general FAP José Galliardi, ministro de Aeronáutica, resistió el golpe en unión de sus colegas del gabinete Mujica, reunido en la sede de la Cancillería, que poco después fue allanada, deteniéndose a sus miembros.

Fui conducido al amanecer, con una caravana de vehículos blindados, hasta el aeropuerto, donde me esperaba -no un avión de la FAP- sino uno de la empresa privada APSA, con pilotos extranjeros, a quienes advertí, con firmeza, la gravedad de la responsabilidad en que estaban incurriendo. Frustrado mi intento de regresar al Perú, en momentos en que en Argentina gobernaba un general adicto a Velasco, viajé directamente a Nueva York. He relatado ya, en detalle, mis experiencias de un largo destierro.

El gobierno de facto se inició, como es usual en toda infracción constitucional, con un llamado ‘Estatuto’ que asignaba a la cúpula militar de entonces todas las prerrogativas. Siempre lo consideré una afrenta al país y el destino me reservó la satisfacción de destruirlo, al poner mi firma bajo la frase “mando se publique y cumpla’’, en la Constitución del 79. Me complace señalar que, en mis 10 años al frente del gobierno, mis actos siempre se ciñeron a los preceptos de la Carta Magna, sea de 1933, en el primer caso, o de 1979, en el segundo.

Ante la oposición de Acción Popular y el desencanto del Apra, que esperaba elegir a su jefe, el gobierno, en acto que resultaría funesto para el país, se entregó a ideólogos de extrema izquierda que, sin ver más allá de sus narices, ni siquiera pensaron en el colapso del marxismo-leninismo que, irremediablemente, habría de ocurrir. Eso dio lugar a una política de fuerte intervención estatal, proliferando las empresas públicas. Destruidos por lo menos, en la primera parte, los canales de un crédito saludable, se les sustituyó por el crédito de proveedores y por préstamos del mundo comunista, cuyos términos, fuera de un régimen de competitividad, eran difícilmente controlables. La deuda externa pudo definirse, en léxico bancario, como ‘una cartera pesada’. La agresividad, en materia petrolera le costó al país enormes sacrificios, cuando el precio de ese producto aumentó 20 veces y nosotros, que habíamos sido exportadores, nos convertimos en ese momento crítico, en importadores. Se llegó al extremo de racionar la gasolina, restringiendo la circulación de todos los vehículos que debían alternarse de un día a otro, para disminuir la ruinosa demanda de combustible.

Proliferó la burocracia, a medida que se hinchaba, en forma mal sana, la mastodónica organización estatal. El nobilísimo Programa de Cooperación Popular fue sustituido por una institución de adoctrinamiento político, llamada SINAMOS. Pronto se hizo ostensible el repudio público hasta que, un 5 de febrero de 1975, el pueblo saqueó e incendió su sede central en Lima, en una cruenta jornada de triste recuerdo.

En el orden internacional proliferaban los viajes a Cuba y hasta el propio dictador, Fidel Castro, hizo una escala en Lima, a su regreso de Santiago a La Habana, marcada por una jovial fraternidad con el general Velasco y sus inmediatos colaboradores. La página más dramática de aquel gobierno fue la que he relatado sobre el vergonzoso acuerdo con respecto a la IPC, compensada, por debajo de la mesa, en un acto que hizo las delicias del Wall Street Journal y del Washington Post, amén de centenares de órganos de difusión mundial.

Para dar una idea de los métodos que se empleaban en aquellos tiempos referiré que, con motivo del fallecimiento de mi madre, me constituí en el Perú para reunirme, brevemente, con mi atribulado padre y mi familia. El gobierno de facto escogió para deportarme, nada menos que el día de Navidad en que, generalmente, hasta a los delincuentes comunes se les permite reunirse con los suyos. En el exterior se hacían gestiones para cruzar cualquier expectativa que se me presentara. El agasajo que me brindó un gobernante extranjero dio lugar, como me lo refirió él mismo, a una tensión con su país. Más tarde, cuando se confiscó a los órganos de difusión, pudo advertirse que el fin se aproximaba.

La Reforma Agraria tomó tintes revanchistas, lanzando a unos peruanos contra otros. Decayó la producción en haciendas que antes compitieron con los fundos azucareros más eficientes del mundo. Esta política surgió a raíz de los sucesos de Huanta, en 1969, en que una huelga estudiantil, en protesta por una reducción en la gratuidad de la enseñanza, se extendió a Ayacucho y Huancayo, dando lugar a una fuerte represión Fue el caldo de cultivo para el llamado Sendero Luminoso’. El propio Abimael Guzmán fue traído preso a Lima, poniéndosele en libertad, meses después, gracias a las gestiones de influyentes padrinos.

En estas circunstancias, las Fuerzas Armadas, actuando esta vez en forma institucional, derrocaron al general Velasco, con el Pronunciamiento de Tacna, asumiendo el mando el general Francisco Morales Bermúdez.

El pronunciamiento de Tacna y la ‘Segunda Fase’

Un año antes del Pronunciamiento del general Morales Bermúdez, en Tacna, se había producido un hecho de gravísimas repercusiones internas y externas. Fue, en realidad, un escándalo internacional. Toda dictadura recurre, tarde o temprano, a la mordaza. El primer intento lo realizó el gobierno de Velasco, en 1969, en agravio del diario ‘Expreso’, de Manuel Ulloa que, como ex ministro de mi último gabinete, era constantemente hostilizado. Mas, con alguna prudencia, la dictadura dejó una cierta libertad de acción a los otros órganos. En 1974, en ocasión de la Fiesta Nacional, descaradamente el régimen de facto se quitó la careta; ocupó militarmente las sedes de los órganos de difusión que confiscó, sin compensación, con el pretexto de que debían de estar en manos de organizaciones representativas de organismos gremiales. Se produjo una enérgica protesta, en la cual desempeñaron papel destacado los dirigentes de Acción Popular. Muy pronto cayeron todos presos al Cuartel del Potao y, entre ellos, el propio Secretario General interino, Ing. Ricardo Monteagudo (el titular, José M. de la Jara, se encontraba en el exilio). Como el gobernante de entonces se había permitido declarar a la prensa extranjera, que yo vivía en los Estados Unidos por mi propia voluntad, adquirí pasaje para constituirme en el Perú. Mas, la línea Braniff pronto advirtió que en ‘la lista negra’ entregada por el gobierno, con los nombres de quienes no podían viajar al país, figuraba, en primer término, el mío. Dirigí, entonces, un cable, que conservo, al presidente del Comando Conjunto, manifestándole que estaba dispuesto a viajar para entregarme como jefe de Acción Popular, a cambio de nuestros dirigentes detenidos. Como no recibí respuesta, me constituí en Guayaquil, trasladándome a la frontera. Cuando intenté cruzar el puente de Aguas Verdes, los policías de investigaciones me manifestaron que estaba prohibido mi ingreso y que toda la frontera estaba resguardada para evitarlo. Regresé a Guayaquil, donde el gobierno de facto, presidido por el general Rodríguez Lara, en evidente inteligencia con su colega de Lima, Ordenó mi inmediata salida de ese país. Lejos de enfurecerme el incidente me hizo gracia y estuve tentado de parafrasear la canción: Un destierro más “¡Qué importa!”.

Los desmanes que he descrito, hablan colmado la medida. El Pronunciamiento del general Morales Bermúdez era institucional: lo apoyaban todas las Instituciones Armadas.

Si bien el presidente de la segunda fase había colaborado, en la primera, no participó en su gestación. Había sido mi ministro de Hacienda, por breves meses, experiencia ampliada posteriormente en distintas circunstancias.

Hombre de temperamento ecuánime y firme, pudo capear serenamente la transición entre una fase arbitraria y otra que habría de buscar el retomo a la vida institucional.

Es durante ese gobierno que se logró terminar el oleoducto del norte, lo que permite salir de la crítica situación energética a la que se había llevado al Perú. Desgraciadamente, ello ocurre ocho años después del golpe del 68.

En el ámbito internacional, la muerte de Franco lleva al trono al Rey Juan Carlos, que habría de conducir a España a una transformación sin sobresaltos. En la Argentina, Isabel Perón es derrocada por el general Videla, que inicia una drástica persecución contra los montoneros, cuyos excesos eran también reflejo de la Guerra Fría. Es en esa época que mueren dos personalidades notables: una que analiza la historia, Arnold Toynbee, y otro que la hace, Mao Tse- tung. El primero, exalta al Antiguo Perú, que se impone al reto geográfico; el segundo, inspira a ideólogos agitadores que habrían de sembrar la discordia en el país. Incurren en tremenda equivocación: la leyenda de Mao se basa en su defensa contra el invasor extranjero. Sus seguidores, carentes de esos laureles, son simples repetidores de un pensamiento que no llegan a entender y que, ciertamente, para nada tuvo en cuenta la realidad andina.

El gobierno de Morales Bermúdez tuvo que enfrentar una difícil situación interna, especialmente en el orden laboral. El paro total más exitoso, realizado en el país, ocurrió en ese período y constituyó una elocuente advertencia. Llegó un momento en que eran frecuentes las actitudes hostiles, con la gente uniformada. Con buen criterio, el gobierno convocó a la Asamblea Constituyente que habría de reunirse entre 1978 y 1979.

Fue un acto de evidente rectificación histórica, Acción Popular no presentó candidaturas, mas no impugnó la Asamblea, contestando, por escrito, las consultas que se le hicieron. Fundamentalmente, éramos partidarios de modificar, más no de sustituir la Constitución de 1933. Entre las reformas que me tocó sugerir, no estaba, por cierto, la eliminación de la pena de muerte por delito de homicidio calificado.

Al regresar del destierro, tuve la satisfacción de ser acogido con tina elocuente manifestación en el aeropuerto, recorriendo después, todo el país en actos que eran claro presagio de la generosa y edificante victoria, que nos habría de dar la generosidad del pueblo peruano.

Al terminar el régimen militar que, en sus dos fases, duró 12 años, la deuda externa había aumentado 12 veces, en relación a la que dejamos en 1968, que no llegaba a 800 millones de dólares, la inflación era ya alarmante, con una tasa anual del 70% y, lo que es más grave, las empresas públicas que, en nuestro primer gobierno, no llegaban a 40, sobrepasaban 200. Empero, no llegamos al gobierno con actitud revanchista o quejumbrosa: asumimos el reto.

La mordaza arrancada, la libertad restaurada

Las elecciones de 1980 fueron muy reñidas. Se disputaban la Presidencia de la República nada menos que 15 candidatos. Resulté triunfante, en primera vuelta, con el 45.37% de la votación. En segundo lugar estuvo Armando Villanueva con 27.40% y el tercero, Luis Bedoya Reyes, con el 9.27%. Los doce movimientos restantes, en su mayoría distintas facciones de la izquierda marxista, tuvieron entre 0.21 a 3.90%. Sumando las facciones anotadas, puede estimarse el electorado de la extrema izquierda, en ese momento, en 14.57%. Obtuvimos mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y, relativa, en el Senado, donde ganamos 26, de 60 curules. Hicimos un amplio llamado a la unidad nacional, recibiendo acogida en el Partido Popular Cristiano que, al sumar sus fuerzas a las nuestras, nos permitió alcanzar mayoría absoluta en el Senado. En este segundo periodo, a diferencia del anterior, no ocurrieron las balas que tuvimos que soportar en nuestros gabinetes, durante nuestra primera experiencia gubernativa. Nuestro primer esfuerzo fue afrontar una situación económica crítica, que nos imponía asumir un servicio de amortización e intereses que, cada año, habría de llevarse recursos y divisas, correspondientes a la mitad de nuestras exportaciones. El gabinete presidido por Manuel Ulloa tuvo que hacer un reajuste, pues se advertía un notable retardo en la adecuación de los costos a la realidad. La inflación ya llegaba al 70% anual y era necesario estimular las fuentes del crédito internacional para el desarrollo.

Nuestro propósito fundamental, frente a la explosión demográfica, era aumentar el abastecimiento. Ello significaba extender la frontera agrícola, aumentar la generación de energía, modernizar y extender la vialidad. Pero también, en el orden cultural, era preciso iniciar lo que llamamos ‘El quinquenio de la educación’. Y, en el sanitario, terminar ambiciosas construcciones hospitalarias inconclusas, y difundir las postas médicas y sanitarias, así como la atención primaria de la salud. Uno de los programas más notables fue el de Deshidratación Oral, que salvó la vida de millares de niños.

La rutina gubernativa, como en el primer gobierno, era de trabajo tenaz y metódico. Se logró implantar una puntualidad que en el gobierno comienza por casa, es decir, en el Despacho Presidencial.

Nuestras relaciones con los organismos mundiales de crédito para el desarrollo, fueron muy satisfactorias, aunque no exentas de inevitables tensiones, especialmente con el Fondo Monetario Internacional. Mantuve, en todo momento, un contacto cordial con sus dirigentes. Cuando estuve en Washington, en 1984, me visitaron, en nuestra embajada, los presidentes del BID y del Banco Mundial, y el máximo dirigente del Fondo, señor de La Rosiere. Por el monto de la deuda externa, en algunos casos onerosa y, en otros, improductiva, fue muy difícil la tarea de renegociación, llevada a cabo cada año, en el Club de París, más nunca asumimos la absurda posición de que no se trataba de ‘deuda nuestra’. Se trataba de obligaciones del país. Con respecto a la deuda con la Unión Soviética, en su mayor parte por adquisiciones militares, llegamos a acuerdos para el pago en especie, que no entrañaba sacrificio cambiario y que estimulaba la industria nacional.

Según el Banco Central de Reserva, los desembolsos recibidos del exterior, en el quinquenio 1980-85, fueron del orden de 7,130 millones de dólares: más los pagos que nosotros hicimos, en ese período, por concepto de amortización e intereses, ascendieron a 5,700 millones, lo que dio un saldo a nuestro favor, de 1,430. Estas cifras demuestran que no fuimos nosotros los que endeudamos exageradamente al país. Realizamos grandes obras, siempre directa o indirectamente rentables. Sólo en el campo de la electricidad invertimos 2,000 millones de dólares, cambiando débiles monedas por robustos kilovatios.

Sumando los dos períodos gubernativos, conectamos el 62% de la energía eléctrica instalada en el país, en un proceso centenario. Realizamos la mitad de las grandes obras hidráulicas, a saber Tinajones, la mayor parte de Gallito Ciego, Pañe, Aguada Blanca y Condoroma. La colonización vial extendió, notablemente, la frontera agrícola. Los 1,500 km. de carretera marginal y sus ramales viales y fluviales, dan acceso a un área que, potencialmente, duplica la extensión cultivada en el Perú. No falta- ron, por cierto, factores adversos. Por un lado, los embates de la naturaleza con los desastres climáticos de 1983, y los de la crueldad e intolerancia del terrorismo, de incuestionable origen foráneo.

Los daños causados por las inundaciones, fueron estimados por el INP en 950 millones de dólares como pérdida de capital. Sufrieron las regiones de la Costa Norte, por torrenciales lluvias, y la del Altiplano, por severa sequía. Creo que la forma como enfrentamos esos desastres, es uno de los mayores logros de mi segunda administración. Se hizo una emisión de bonos de reconstrucción, de suscripción obligatoria, a partir de un cierto nivel de haberes, que la ciudadanía aceptó sin una queja, con ejemplar espíritu cívico. Ello nos permitió reconstruir la red vial, rehacer la irrigación del Bajo Piura, y reparar la Toma de Los Ejidos que, con tanto esfuerzo, habíamos iniciado. En Puno se iniciaron obras de irrigación, se extendió la nueva vialidad hasta Yunguyo, y pudimos dotar a Juliaca de un campo de aterrizaje asfaltado que, por la altitud en que se encuentra, es el aeropuerto comercial más largo del mundo. Desde que lo pusimos en servicio, ha significado un notable espaldarazo a la región del Altiplano.

Pero, no todos los problemas son de fácil solución. Así como en nuestro primer gobierno logramos erradicar a las guerrillas, en nuestro segundo, tuvimos que enfrentar una nueva consecuencia de la Guerra Fría: el movimiento terrorista. Su origen se ubica en Huanta, en 1969, cuando yo me encontraba en el destierro.

Los desórdenes ocurridos allí y extendidos a Ayacucho y Huancayo, que dieron lugar a la breve prisión de Abimael Guzmán, crearon gran inquietud en la Junta Militar. El resultado fue la radicalización de la Reforma Agraria en términos demagógicos y agresivos, que dieron lugar a un colapso agrícola que todavía estamos sufriendo. Los acontecimientos no pueden ser más sospechosos: el terrorismo ataca a la oficina de Registro Electoral en el distrito de Chuschi, provincia de Cangalla la víspera de los comicios. La partida oficial de nacimiento antecede a la inauguración de mi segundo gobierno, que ocurriría el 28 de julio siguiente.

En 1982, se produce una fuga masiva en la cárcel ce Ayacucho, en la que participan agitadores y narcotraficantes. Sin duda, se mantienen unidos en la clandestinidad y surge de allí una nueva fuente de financiación: la coca. Este es un hecho fatal porque la Guerra Fría entra a su fase final, que habría de concluir al fin de mi gobierno. Privado el terrorismo de recursos externos, tanto en dinero como en armas y pertrechos, encuentra una manera de asociar el crimen con el vicio. Ha terminado la Guerra Fría, pero no se ha erradicado, aún, la mala hierba de la criminal delincuencia.

Una vez más, la historia condena a los que se han equivocado: los importadores de ideologías foráneas. Su falta de imaginación los alejó de nuestras propias y fecundas fuentes y los llevo, primero, al calco de teorías inspiradas por otros medios, a la prédica de la lucha de clases en la región creadora de la Ley de Hermandad y las prácticas de violencia y genocidio que ahogaron a Camboya en un mar de sangre.

En el orden internacional, honra al Perú la elección de Javier Pérez de Cuéllar, como Secretario General de las Naciones Unidas. Aquel triunfo reafirma la prestancia del país, puesta en evidencia en actos visionarios del siglo pasado, en logros más recientes, como la Presidencia de la Asamblea de las Naciones Unidas, por Víctor Andrés Belaunde, en sus años iniciales, y de la Corte Internacional de La Haya, por Bustamante y Rivero, en mi primer gobierno.

Más no faltan las pruebas imprevistas. Un desplazamiento militar ecuatoriano hacia el río Comaina creó, para nosotros, un incidente, ingrato como inesperado. Afortunadamente, nuestra rápida reacción y la eficaz intervención de las Fuerzas Armadas pusieron término a tan anacrónica actitud, no sin antes formular, por medio de nuestro Canciller, Arias Stella, la correspondiente advertencia. Afortunadamente, lo que pudo ser un conflicto; no pasó de un incidente, oportunamente superado.

Nos tocó en el conflicto de las Malvinas, de 1982, desempeñar una labor decidida en pro de la paz. Infortunadamente, no logró evitarse el choque, que en nada ha contribuido a la solución permanente de ese problema. Es con la mayor gratitud que recuerdo la reacción argentina, ante nuestra búsqueda de la armonía, entre dos naciones, cuya amistad interesa al mundo.

Al terminar mi segundo periodo, afrontados los daños causados por la Corriente del Niño, los indicadores mostraban la recuperación de nuestra economía.

Alan García, Presidente

El proceso electoral de 1985 se presentó muy favorable al Partido Aprista. Su joven candidato. Alan García Pérez, con brillantes condiciones oratorias y reconocido dinamismo, no sólo despertaba expectativas entre sus partidarios sino aceptación en ciertos sectores conservadores. Su principal competidora habría de ser una conjunción de fuerzas de izquierda que unidas, bajo la hábil dirección del Dr. Alfonso Barrantes, habían incrementado su electorado. El alcalde de Lima, con serenidad y tacto, había logrado elevar el porcentaje de la llamada Izquierda Unida. Las fuerzas que habían actuado bajo mi gobierno -Acción Popular y el PPC-, infortunadamente, no se pusieron de acuerdo para presentarse juntas a los comicios. Se hizo evidente que separadas, las candidaturas de los Drs. Alva y Bedoya no triunfarían en esas circunstancias. Los resultados lo confirmaron Alan García obtuvo el 45 74% de los votos y su más próximo competidor, Alfonso Barrantes, el 21.26%. En los comicios de 1980, los grupos de izquierda, sumados, apenas sobrepasaban el 14%.

Una actitud un tanto intransigente frente al reto de la deuda externa, creó una situación tensa, que habría de marcar ese período. García declaró que no emplearía más del 10% del monto de las exportaciones en el pago del servicio de amortización e intereses. No había relación entre ese porcentaje y el monto de la deuda.

Sin embargo, los primeros años hubo respaldo al gobierno, proveniente de distintos sectores, las organizaciones empresariales le brindaron evidente apoyo.

En 1987, cuando se realizaba en Lima una reunión de las naciones tercermundistas, en la que García se preparaba a participar intensamente, un hecho inesperado frustró ese propósito. El recientemente fallecido Willy Brandt, en gesto casi paternal, se esforzó en salvar el vapuleado certamen.

Antes motines ocurridos en los penales de El Frontón y Castro Castro, el gobierno con evidente ofuscación y apresuramiento, buscó una solución inmediata que restableciera el clima de tranquilidad durante aquel evento internacional de su predilección. Lamentablemente, las drásticas medidas adoptadas para debelar aquellos motines, resultaron trágicas. En el penal de El Frontón, ante la obstinada rebeldía de los presos, se bombardeó el pabellón donde estaban recluidos. En el de Castro Castro, con mayor irresponsabilidad, cayeron los insurrectos cuando ya se habían rendido. Unas 300 víctimas constituyen el saldo de aquella trágica jornada. La Guerra Fría, que en esos momentos llegaba a su término con la implantación de la perestroika y los encuentros cordiales de Reagan y Gorbachov, mostraba en este lejano y sacrificado país estertores, trágicos. Los detenidos, a lo largo de varios años, se habían organizado en los penales y mantenían una actitud casi siempre agresiva.

El divorcio del gobierno con el mundo financiero internacional, especialmente con organismos como el Fondo Monetario y el Banco Mundial, hizo muy difícil su tarea. Las pocas obras que se impulsaron, como la irrigación Chao y Virú (Chavimochic), tuvieron que hacerse con financiaciones privadas, sin la ayuda de las agencias internacionales. Felizmente, la represa de Gallito Ciego pudo terminarse con su adecuada financiación inicial, faltando sólo las tareas finales. Algo similar ocurrió con la central de Carhuaquero, a la que sólo faltaban los últimos toques.

A mitad de su gobierno, García asumió una actitud drástica en un intento de nacionalizar lo que quedaba de la banca privada. La medida cayó de sorpresa e interrumpió, bruscamente, las buenas relaciones del gobierno con los sectores financieros nacionales.

Hubo un largo debate en las Cámaras en que se trató de encontrar algún camino racional de solución al impase creado. Hubo intervenciones razonadas y cuerdas y también obstinadas, cuando se trataba de algunos agresivos voceros del gobierno. Yo mismo propuse una fórmula que, sin arrinconar al gobierno en una posición embarazosa, permitiera una salida legal conveniente, orientada a la modernización y concordancia de la frondosa legislación bancaria.

La protesta se extendió hasta las plazas públicas. Mario Vargas Liosa lideró la mayor concentración, perfilándose su próxima candidatura presidencial. El problema se empantanó, no sin dañar gravemente al régimen del presidente García. Por lo demás, su enfrentamiento con el Fondo Monetario Internacional fue cada vez más tenso. El Perú entró al proceso hiperinflacionario más severo de su historia.

Fuera de los infortunados sucesos de los penales, el gobierno se desenvolvió dentro de prácticas democráticas. La libertad de expresión fue respetada y el proceso electoral se llevó adelante, normalmente.

Reinaba en el país una voluntad de cambio. Se hacía evidente que la candidatura aprista de Alva Castro, no sería una carta de triunfo. Se advertía una tendencia generalizada para la búsqueda de la unidad democrática, perfilándose la figura de Vargas Llosa que, fuera de su brillante trayectoria literaria, se había destacado, recientemente, en la controversia bancaria.

Correspondía papel importante a Acción Popular y al PPC que, al renunciar a justas expectativas presidenciales, habrían de volcar su apoyo a esa candidatura. Para acentuar la extensión de su respaldo, los elementos independientes adictos se organizaron en el Movimiento Libertad. Todo parecía anunciar una victoria holgada. Sólo se logró un triunfo ajustado, en primera vuelta, correspondiendo a Vargas Llosa el 27% y a Fujimori –un candidato de sorpresa– el 24%. Entre ellos era evidente que el primero no buscaría acercamiento con el gobierno saliente; lo efectuó el segundo, vinculado al presidente Alan García, obteniendo el franco respaldo aprista y de los elementos de izquierda, acreditado por misiones en todo el país, cumplidas por destacados emisarios.

El 28 de julio de 1990 asumía el mando el Ing. Alberto Fujimori Fujimori, candidato de ‘Cambio 90’, en la primera vuelta, reforzado, en la segunda, por el definitorio apoyo del gobierno saliente.

Juego de azar... en las ánforas

El ingeniero Alberto Fujimori, ex rector de la Universidad Agraria, con una formación académica sólida, decidió incursionar en política. Era un primerizo en ese campo. Tomó todas sus seguridades. Como los hípicos prácticos se apuntó a ganador...y placé. Se amparó en un precepto absurdo que permite postular, al mismo tiempo, a una senaduría y a la presidencia de la república. Es un precepto irreverente, aunque válido. Quien aspira a la jefatura del Estaco no debe buscar “premio de consuelo...”. Sin embargo, hay que reconocer que, estratégicamente, la jugada le dio frutos.

Esa victoria inesperada, en segunda vuelta, ha dado lugar a una campaña orquestada contra los partidos. Se habla, despectivamente, de la ‘partidocracia’ que, a la postre, disueltas las Cámaras, nombrado a dedo el Poder Judicial, ha sido sustituida por la ‘factocracia’, es decir por el gobierno sin doctrina y sin rumbo, un nuevo juego de azar. Se tira por la borda la Constitución del Estado y se convoca a una asamblea que, mortalmente invalidada, tendrá la misión de aprobar una carta, a medida y gusto del gobernante, con habilidad de sastre...

La estrategia del gobierno, a falta de obras públicas, ha sido la de criticar a los “gobiernos anteriores”. Más, han pasado más de dos años y debería responder, más bien, por sus propias omisiones. Hasta el 5 de abril, en que se rebeló contra la Constitución, era reconocido por todos como régimen legal. Inclusive el empeño por la reinserción al mundo financiero y crediticio así como el esfuerzo, abnegadamente sobrellevado por el pueblo, para reducir la inflación, tuvo significativo respaldo. Sin embargo, el que no pudo hacer partido con el llamado ‘Cambio 90’ se las ingenió para agregar otro nombre ‘Nueva Mayoría’, para presentarse a unos comicios marcados por el ausentismo de Acción Popular, el Apra, Libertad y otros movimientos.

Ante el rechazo internacional en un mundo que ha tomado decididamente el camino de la democracia, en un proceso final de las últimas dictaduras que, con ésta, sólo son tres en el hemisferio, el Perú, país rector en nuestro ámbito internacional, ha sido llevado al banquillo de los acusados en la OEA. Hemos descendido hasta allí desde la Secretaria General de las Naciones Unidas, desempeñada por un eminente diplomático peruano durante diez años consecutivos. Es el alto precio que estamos pagando por los desmanes del 5 de abril.

Estalla el terrorismo urbano

Si bien desde algún tiempo el teatro de operaciones del terrorismo, estaba sobrepasando los límites rurales de su ofensiva inicial en Ayacucho, Huancavelica y Apurimac, a partir del golpe de abril, apareció en Lima, con caracteres alarmantes. El ataque al centro comercial de San Isidro, cuyas heridas están aún visibles, causó inmensa y millonaria destrucción. La sede de PetroPerú da una idea de la magnitud de los daños. La destrucción del Canal 2 de televisión, que costó la vida a esforzados periodistas, extendió sus daños a todo un barrio. El hospital del Seguro Social, a 500 metros de distancia, perdió la tercera parte de sus ventanas en aquella noche trágica. Otros atentados dañaron Petrogas y el Museo de la Nación y, en el ataque a la sede de ILD, ni siquiera se respetó al santuario nacional del Reducto de Miraflores. Pero fue en ese distrito donde la tragedia destruyó edificios enteros y causó numerosas víctimas, sacrificadas en la intimidad y la santidad del hogar... La captura de los responsables es un éxito reconocido por todos. Sin embargo no exime al gobierno del cumplimiento de su principal trabajo que es, precisamente: "dar trabajo". El país padece, efectivamente, la más seria recesión, con energía severamente racionada y el mayor desempleo de su historia.

A manera de síntesis y pronóstico

En el orden internacional ejercen profunda influencia las personalidades de Roosevelt, Churchill y De Gaulle. La de Stalin, que destaca durante la Guerra, se derrumba al conocerse las arbitrariedades y excesos de su gobierno. Churchill, gran comunicador, muestra magistralmente cómo una actitud resuelta y firme puede levantar el ánimo de un pueblo en trance de derrota. De Gaulle encama, en modalidad distinta, la paciente y tenaz resistencia, finalmente compensada con el triunfo. Pero no puede negarse que no se habría conseguido la victoria sin la intervención de Estados Unidos y el vigoroso liderazgo de Franklin D. Roosevelt. Protegida por la distancia, esa gran nación pudo constituirse, sin riesgo, en el arsenal de la democracia que hizo posible el triunfo. Más tarde, la juvenil figura de John Kennedy despierta simpatía en el hemisferio y su propuesta sobre la ‘Alianza para el Progreso’, es bien recibida. Balas asesinas detienen ese esfuerzo.

Recientemente, el liderazgo conservador de Margaret Thatcher despierta universal admiración. Mas, en lo que atañe a Latinoamérica, la ‘Dama de Hierro’ se excede en la bélica reacción ante el conflicto de las Malvinas. Prefiere el impacto de un éxito militar, que daría inmediatos frutos electorales, a la paciente y pacífica tarea de la negociación diplomática.

Volviendo atrás, destaca la figura de Mao Tse-tung que, infortunadamente, tiene inconsultos seguidores. Olvidan que su leyenda se basa en la defensa de su pueblo, frente a la invasión japonesa, mucho más que en su prédica ideológica. En algunos casos, se desvían por el camino de la violencia. La violencia, que se explica en la guerra, es inadmisible en la paz.

Pero, estos 50 años se caracterizan por su arrollador adelanto tecnológico, que da lugar a la conquista del espacio. Werner von Braun, inventor de los cohetes dirigidos, es su gran pionero. Inconforme con el nazismo, se aparta de Alemania y se radica en Estados Unidos, como lo hace el propio Einstein. Alexander Fleming desarrolla los antibióticos iniciando una transformación de la Medicina. Los soviéticos logran poner a Gagarin en el espacio, pero la victoria espacial corresponde a los Estados Unidos: Neil Armstrong es el primer hombre en pisar la Luna. Separadas por 500 años, están la conquista espacial y el descubrimiento de América. La diferencia es que, en éste, la acción del hombre es determinante: el aspecto tecnológico no es innovador, las carabelas son sencillos navíos bien conocidos. En cambio, en aquella conquista del espacio, la obra se debe a la comunidad científica, más que hazaña individual –sin restar méritos a los astronautas– es obra colectiva.

Al terminar el siglo, vemos menos misterio en los astros, pero no los conocemos plenamente como ocurría con los europeos del siglo XV, con respecto a los secretos de nuestro hemisferio.

Pero tan importante por lo que crea, este siglo se caracteriza por lo que elimina. Primero viene el colapso del totalitario nazi-fascismo, gobiernos basados en la arbitrariedad y la fuerza, hábiles manipuladores de la propaganda, llevan a sus países a la ruina. Después de atemorizar al mundo, desde un pedestal imaginario, caen al abismo. Se extirpa del mundo aquella amenaza.

Por otro lado, el colapso del marxismo-leninismo, con sus violentas derivaciones, llega a su fin en la propia Plaza Roja del Kremlin. Surge la figura de Mijail Gorbachov que tiene el coraje de enrumbar a sus pueblos hacia difíciles, pero necesarias rectificaciones. El comunismo ha fracasado. Los pueblos que se entregaron a él, están lejos de disfrutar el holgado nivel de vida de las naciones europeas. Los satélites que tienen la ingrata tarea de “exportar la revolución” entran en decadencia o tienen contados sus días. Tal es el caso de Fidel Castro, que convirtió a su isla en cabecera de playa para difundir la discordia en el hemisferio.

El fracaso del marxismo-leninismo deja sin piso a sus seguidores latinoamericanos que, de la noche a la mañana, pierden su sustento ideológico. Es el precio que pagan por haber buscado liderazgo intelectual foráneo.

La China, inmensa en territorio, en población y en experiencia, desaparecida la figura de Mao y erradicado el peligro extranjero, evoluciona con serenidad y firmeza por caminos más seguros y promisorios. Se abre una nueva página en la historia de la humanidad.

Y, al Perú, ¿qué le enseña este medio siglo? Fundamentalmente, que las influencias universales son inevitables y, en muchos casos, benéficas. Mas, cuando el país olvida sus propias raíces, el invalorable legado de su propia cultura, cuando busca fuentes ideológicas foráneas, alejándose o ignorando las suyas, pierde su admirable originalidad, desaprovecha su facultad creadora.

Tenemos que ser abiertos a las innovaciones científicas y técnicas que eleven el nivel de nuestra calidad de vida, pero cautos ante la penetración ideológica que signifique destrucción, miseria y muerte, en un suelo que sólo quiere ser santuario de paz y armonía.

La era espacial vence el aislamiento, que es el mayor desafío de la región andina. Va a acelerarse el desarrollo: vamos, al fin, a integramos. Dios quiera que sea en una democracia identificada con el medio Porque el Perú ha sido, es y debe seguir siendo, un país de recio carácter, de inconfundible personalidad creadora.

Publicado en la revista Oiga, el 9 de noviembre de 1992.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a EDITORIAL PERIODISTICA OIGA S.A, 1992.