jueves, 9 de abril de 2009

LA VOZ DEL PATRIARCA

PRESENCIA Y RECUERDO
FERNANDO BELAUNDE TERRY

La campaña del 45. Cómo se organizo
EL proceso electoral de 1945 no puede desligarse de la situación mundial de aquel año, que marcaría la muerte de Franklin D. Roosevelt, causada tal vez por su agotamiento físico a los 63 años y la dramática desaparición de Hitler, a los 54, en el derrumbe del poderío nazi.

La victoria fue, fundamentalmente, de las democracias, pese a la participación soviética eclipsada, a pesar de su heroica defensa, por sus ambivalencias iníciales. La temprana complicidad con Hitler había debilitado moralmente su posición.

El éxito de las democracias creó una fuerte corriente por la autenticidad de los gobiernos, basada en la pureza del sufragio. Desde la última etapa de la guerra, en que se veía venir el triunfo, parecía imposible llevar a la práctica, en el Perú, alguna imposición electoral.

Esa circunstancia benefició a los partidos perseguidos, entre los cuales destacaba el Apra, aunque también figuraba su viejo rival, la Unión Revolucionaria, con lo que había quedado de ese movimiento, después del asesinato de Sánchez Cerro.

Destacadas personalidades reclamaban, desde tiempo atrás, elecciones libres y anhelaban que se hiciera viable una fórmula de reconciliación nacional.

Mi padre la había sugerido insistentemente al presidente Benavides. Mas éste, que parecía permeable a aquella idea, desistió de ella a raíz de los sucesos de febrero de 1939, en que su propio Ministro de Gobierno, el general Antonio Rodríguez, encabezó un golpe en que habría de perder la vida. Esta circunstancia creó un clima de tensión en aquel año electoral y, el gobierno saliente, volcó todo su apoyo a la candidatura del doctor Manuel Prado. Fue durante el nuevo gobierno que se desenvolvió el drama de la Segunda Guerra Mundial, con los efectos que he anotado.

Al principio tomó cuerpo la candidatura del general Eloy Ureta que parecía tener el apoyo oficial. Sin embargo, la corriente de opinión por una fórmula democrática de reconciliación nacional, comenzó a plasmarse. En Arequipa, desde diciembre de 1943, se había forjado un movimiento que, poco después, crearía su 'Comité Departamental' que, el 3 de junio de 1944, hizo un llamado al país, concretado en cinco puntos, todos ellos en demanda de un proceso electoral auténtico. Presidió el Comité Departamental don Manuel J. Bustamante de la Fuente, destacado jurista, secundado por Julio Ernesto Portugal, Jorge Vásquez, Jaime Rey de Castro, Carlos Lira Gámez, Javier de Belaunde y otros destacados ciudadanos.

Mi padre, que se encontraba entonces en un destierro voluntario, reclamaba con decisión y firmeza la democratización del país. Don José Gálvez aglutinaba a personalidades imbuidas de ese mismo propósito. Haya de la Torre, estando todavía el Apra fuera de la ley, se encontraba dispuesto a promover, decididamente, el movimiento, sin abrigar ambición personal. El propio Mariscal Benavides que pronto habría de regresar al Perú, secundaría resueltamente la nominación de la candidatura del Frente Democrático Nacional de 1945.

En Lima se había creado el Comité Central del Frente, presidido por el doctor José Gálvez; las cuatro secretarías estaban a cargo de Enrique Dammert Elguera, Jorge Luis Recavarren, Alfredo Calmet y yo mismo, en un esfuerzo por llevar brisas juveniles al Comité, en el que participaban junto a José Gálvez y Rafael Belaunde, distintas personalidades. Alguna de ellas como Manuel Mujica Gallo y Manuel Diez Canseco, no habrían de permanecer en el movimiento por existir determinadas desavenencias. Lo integraron Pedro Rubio, Manuel D. Faura, Adolfo Laines Lozada, Oscar Leguía, Agustín Haya de la Torre, Rogelio Carrera, J.M. Valega, Jorge Dulanto Pinillos y otros ciudadanos de evidente vocación democrática. Más tarde, aunque sin formar parte del frente, se adhirieron personalidades cercanas a Benavides, como Héctor Boza. El mariscal suscribió, independientemente, un concluyente documento respaldando la candidatura, proclamada oportunamente por el frente, del doctor José Luis Bustamante y Rivero.

El candidato proclamado había declinado, meses antes, una invitación para postular en lo que él juzgó, con evidente acierto, que se trataría de una candidatura oficial. Ese acto de desprendimiento actualizó su personalidad que era, por demás, debidamente reconocida, como jurista, como diplomático y como escritor de notable talento. Un antecedente político importante que, con delicadeza, él nunca quiso explotar, fue el de haber redactado el Manifiesto de Arequipa que suscribiera, en la revolución de 1930, el comandante Sánchez Cerro. Sin embargo, llevado al Ministerio de Justicia, su permanencia en él fue breve, seguramente por hacerse ostensible alguna incompatibilidad. Todas las intervenciones del doctor Bustamante en la campaña, destacaron por su profundidad, concisión y elegancia. Alguna de ellas -el Memorándum de la Paz- fue un documento de especial firmeza al que él habría de aludir en varias ocasiones.

La llegada del candidato dio lugar a una gran manifestación en el Estadio Nacional, en que pronunciaron brillantes discursos, tanto de él, como del doctor Gálvez quien le dio emotiva bienvenida. Poco después, con motivo de la reaparición del Apra después de largos años de ostracismo, se llevaron a cabo, el 24 de mayo de 1945, las manifestaciones del Campo de Marte y de la plaza San Martín, en que Haya de la Torre se reencontró con el pueblo. Fue una emotiva y multitudinaria actuación que dio lugar a un memorable discurso del jefe aprista.

Aunque no faltaron momentos de cierta tensión política dentro del frente, el movimiento adquirió un respaldo electoral que ya presagiaba su concluyente victoria. La candidatura Ureta continuó en la lucha, pero obtuvo en las ánforas un segundo puesto bastante lejano del candidato triunfante. No habiéndose alcanzado un acuerdo entre Bustamante y Haya de la Torre para la formación del Gabinete, mi padre aceptó constituirlo con destacadas personalidades independientes, como Jorge Basadre, Rómulo Ferrero, Carlos Basombrío, Luis Alayza y Paz Soldán, Javier Correa Elías, todos imbuidos del desinteresado propósito de consolidar el esfuerzo de reconciliación nacional.

Empero, antes de cumplir dos meses de la difícil gestión, y hostilizados varios miembros del gabinete por la representación aprista, se produjo una primera crisis. Mi padre aceptó, en gesto de evidente abnegación cívica, presidir el nuevo gabinete en que se integrarían Luis Valcárcel, el eminente peruanista, y los ingenieros Carlos Montero y Gonzales Tafur.

En lo que a mí respecta, a los 32 años, como integrante del movimiento, me tocó presidir la Comisión de Prensa y Propaganda de aquella memorable campaña. Accediendo a la invitación del doctor Bustamante y Rivero, ingresé a la Cámara de Diputados donde, poco después, me tocó presidir el núcleo de representantes del Frente Democrático. Orienté mi labor a los campos de mi especialidad, principalmente en lo que atañe a la vivienda de interés social y al planeamiento urbano. Fueron mis primeros pasos en la vida pública que me permitieron participar intensamente en aquel movimiento, infortunadamente breve, de reconciliación nacional y autenticidad democrática.

¿Qué ha quedado de esta histórica experiencia? La convicción de que la armonía es posible, aunque difícil de mantener. En el triunfo del Frente Democrático hubo casos notorios de desprendimiento y sagacidad. La figura de Haya de la Torre demostró su máxima proyección popular. El gobierno de Prado actuó atinadamente y el doctor Bustamante condujo su campaña con firmeza, aunque evitando distintos amagos que la amenazaron. Aunque Ejecutivo y Legislativo compartieron la victoria, pronto apareció un enfriamiento que los alejó día a día. Mi padre advirtió, en todo momento, el peligro que este divorcio de los dos poderes significaba para la estabilidad del régimen. Todo ello creó hondas preocupaciones hasta despejarse las últimas brisas de la armonía, que tanto esfuerzo había costado crear.

Derrocado el presidente Bustamante y Rivero, y en un necesario esfuerzo de síntesis, quiero mencionar algunos acontecimientos fundamentales para enjuiciar su obra. Es el lúcido promotor de las 200 millas marítimas que, con distintos matices propiciaba Chile y que, más tarde, secundó Ecuador. Dicha acción significaría, seguramente, el mayor aporte de América Latina al Derecho Internacional.

Y, en cuanto al reconocimiento personal, quiero concluir con un acto que exaltó una emotiva reunión que se realizaba, en Palacio, durante mi primer gobierno, cuando me tocó anunciar que el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya había elegido presidente al doctor José Luis Bustamante y Rivero.

Más tarde, en mi segundo gobierno y, en el recinto que desde entonces llamamos el 'Salón de la Paz', llevando la armonía al ámbito internacional, Bustamante y Rivero preclaro mediador entre El Salvador y Honduras, estuvo presente con los emisarios de esas naciones hermanas, para poner término al conflicto que las había separado.

Publicado en la revista Oiga, 24 de enero de 1994

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a EDITORIAL PERIODISTICA OIGA S.A, 1994. © Francisco Igartua Rovira, 1994.

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